La marcha fue apoyada por muchas organizaciones de la sociedad civil y varios credos religiosos, pero fue claramente alentada por la Iglesia católica.
El domingo 3 de octubre tuvo lugar la marcha “A favor de la vida y la mujer” que, en sus diversas sedes, reunió a más de un millón de personas. Fue convocada a raíz de que la Suprema Corte, en un exceso de sus funciones, minara toda protección legal al no nacido e impusiera el supuesto “derecho de las mujeres y personas gestantes a decidir” sin penalización por esos actos. Además, se impuso al Legislativo la obligación de modificar la actual Ley de Salud para que el derecho a la objeción de conciencia del personal médico quede subordinado al “nuevo derecho de las mujeres y personas gestantes”.
La marcha fue apoyada por muchas organizaciones de la sociedad civil y varios credos religiosos, pero fue claramente alentada por la Iglesia católica. Esta claridad es una novedad en un país con una complicada historia para lograr un equilibrio saludable entre “lo que es del césar y lo que es de Dios”. México acumula décadas de conflictiva relación en que la separación Iglesia/Estado se ha vivido más bien como una separación de la vida cristiana y la vida cívico-política, como si las personas tuvieran múltiples personalidades.
Y no se trata solamente de las críticas que surgen en la sociedad en general cuando la Iglesia se apunta a guiar sobre temas como el aborto u otros que van en contra de la dignidad de las personas, sino de la extrañeza e incomodad que algunos católicos siguen sintiendo cuando la Iglesia los convoca a manifestarse en estos temas. Contra lo que el imaginario popular cree las convocatorias de la Iglesia encuentran su primera resistencia entre los mismos católicos.
Por ello, el éxito de la convocatoria del domingo es de tomarse en cuenta, porque la batalla a favor de la vida no ha terminado; sino que empieza la parte más difícil de la misma: la resistencia hasta revertirla, la cual también es trascendente como se puede aprender de otros países. Por poner un ejemplo, en Estados Unidos a más de 45 años de la liberación del aborto, el debate no sólo sigue vivo, sino que se empiezan a ganar pequeñas batallas a favor de los no nacidos.
En la legalización del aborto en México, la única sorpresa es que se haya dado por esa vía. Era previsible por el origen variopinto de los apoyos que pusieron a Morena al frente del Ejecutivo y con dominio del Legislativo.
El nombramiento de Olga Sánchez Cordero al frente de la Secretaría de Gobernación y la posible sustitución de los votos de los diputados de PES con los de otros partidos hacían parecer incontenible ese cambio en los primeros años de este sexenio.
Para sorpresa de propios y extraños, tanto en el Congreso federal como en varios de los locales, se bajaron o se votaron en contra iniciativas proaborto. Las respuestas ambiguas del titular del Ejecutivo llevaron a interpretar que personalmente estaba en contra del aborto y que ese fue el único dique que contenía el avance. Sin embargo, los reclamos de grupos feministas proaborto no cejaron. El Ejecutivo los difirió hacia la Suprema Corte en un intento doble de contentarlas sin pagar el precio político de hacerlo y tratar de vender la idea de que respeta el actuar de los otros poderes.
Cabe destacar que el presidente de la Suprema Corte venía de comprometer su prestigio personal con su actitud rastrera con los transitorios de la incluso denominada Ley Zaldívar, la cual garantizaba la extensión de su periodo como presidente, por lo que le convenía marcar distancia con el Ejecutivo abanderando la posición más “feminista” posible. Por supuesto, tampoco se descarta que los recursos económicos del poderoso lobby proaborto lo hayan motivado.
El Ejecutivo, como los demás poderes, debe tomar nota de que hay millones de mexicanos, en su mayoría católicos, dispuestos a ejercer en las calles su ciudadanía encabezados por la Iglesia. Millones que están atentos y reactivos a este menosprecio a la dignidad de la vida humana y su reconocimiento jurídico desde la concepción y, seguramente, también lo estarán en otros temas sensibles. No en vano el domingo se gritó incansablemente: “No somos uno, no somos diez, Suprema Corte/Ejecutivo/Legislativo, cuéntanos bien”.
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