La inauguración de los Juegos Olímpicos y la flama que importa

Los eventos deportivos despiertan todo tipo de emociones en la sociedad, y los Juegos Olímpicos son esperados por ser una celebración multidimensional. Pues no se trata únicamente de las competencias en sí (que son mucho más que sólo partidos de futbol que es lo que caracteriza al otro gran evento que el Campeonato Mundial), sino del espíritu deportivo que une a la humanidad y, por supuesto, el compartir el conocimiento y la identidad del país organizador.

Este evento en particular era muy esperado luego de que el anterior en Tokio se pospuso por la pandemia y cuando se realizó fue sin público. Además, que la Ciudad Luz vuelve a ser el escenario después de cien años. En este marco, la inauguración lejos de ser una celebración por todo lo alto, suscitó algunas controversias que invitan a la reflexión.

La primera sorpresa fue que no se realizó en un estadio sino con el escenario del río Sena que es medular a la ciudad, el “desfile” de los deportistas se hizo en barcazas y se alternaba con presentaciones artísticas. Algunos consideraron que eso en sí ya era un atentado contra el protagonismo de los deportistas y la camaradería entre ellos que se daba en el terreno de los estadios donde se facilitaba la convivencia.

Sin embargo, lo realmente controversial fue una representación protagonizada por Drags que a los ojos de la inmensa mayoría de la población mundial tomaba elementos de la Última Cena de Da Vinci —la pintura por antonomasia de este tema— y los presentaba de manera grotesca, desvergonzada, incluso, blasfema. Hubo un intento de explicación de que no se trataba del cuadro de Da Vinci sino otro de un pintor menos conocido que representaba una bacanal con dioses griegos. La explicación no resultó muy creíble, pues incluso los “actores” daban versiones que no la apoyaban y los puntos de contacto con la representación de la Última Cena eran muchos. Además, había una menor de edad involucrada en la escena, lo cual levantó todavía más voces de enojo.

Los defensores de la escena argumentaron que así son los franceses, que siempre van un paso adelante, que son disruptores, que aman los extremos, que era puro “teatro”, que hay que ser inclusivos, y claro, los que se trataron de escudar en el uso del otro cuadro tacharon de ignorantes a los que alzaron su voz. Pero las voces condenatorias apuntaron a que no era que aparecieran los Drags, sino que fuera justo con una de las escenas más significativas al ser la institución misma de la Eucaristía, la escena de profundo amor entre Jesús y sus apóstoles antes de la Pasión.

Cabe destacar que en esta ocasión los niveles de enojo y molestia fueron muy generalizados, desde los que sin sentirse “religiosos” lo consideraban de “mal gusto” hasta los que consideran que por eso ya se ha manchado para siempre el espíritu deportivo y se debe boicotear los juegos. El escándalo fue tal que el Comité Olímpico Internacional se disculpó y se bajaron de los sitios oficiales los videos de ese segmento.

Otro de los comentarios más escuchados fue que esos atropellos sólo los hacen con símbolos cristianos, y no con los de otras religiones como el Islam, porque los cristianos de todas las denominaciones hemos perdido la combatividad y el principio político-económico de “laizzes faire” (deja hacer, dejar pasar) se ha vuelto norma para todo lo social. Sin embargo, la reacción general de hacer un escándalo de esta representación es síntoma de lo contrario aunque, por desgracia, podríamos estar antes un caso que la sabiduría popular resume en “una golondrina no hace verano”.

Algunos plantean esta situación en el marco de la “guerra cultural” que se da entre los valores occidentales (entendidos como la tradición judeo-cristiana que implica a Roma y Grecia) contra la desmoralización general y a la vez contra el avance del islamismo. Es innegable que hay elementos para plantear ese escenario, pero si nos enfocamos en lo verdaderamente central de ser bautizados es el modo virtuoso en cada uno actúa y la relación personal con Cristo nuestro Salvador buscando hacer su Voluntad, y de ahí puede derivar una “santa ira” que imite el enojo del Jesús en el templo frente a los cambistas, sin olvidar que en la Cruz Jesús moría por esos cambistas también.

En otras palabras, es muy positiva la defensa de los valores cristianos en todos los ámbitos; pero eso es insuficiente para cambiar al mundo y ganarlo para Cristo: hay que cambiar los corazones encendiéndolos del Amor, esa flama es la que debemos cuidar en nuestro interior y contagiar al exterior para cuando el Señor quiera darnos el triunfo en la Patria, en la Familia y en todas actividades artísticas, deportivas, económicas, políticas y sociales.

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