Cuando los egos y las soberbias creían tener la capacidad de dominar al mundo y manejarlo al propio capricho, ha venido el coronavirus a poner las cosas en su sitio.
La inminente terminación del año en curso es, como lo es el final de cada año, propicio para la reflexión.
Es un hecho que 2020 pasará a la historia como el año negro de la pandemia del COVID-19, y muy probablemente se le encasillará como uno de los peores ciclos anuales de la era moderna.
Sin embargo, vale la pena reflexionar: ¿Es realmente 2020 un año del todo negativo? ¿No han dejado nada positivo en nuestras vidas los recientes 12 meses?
Una mirada objetiva y somera lleva a pensar, antes que nada, que si hoy, 30 de diciembre, estamos leyendo estas líneas, algo tuvo de positivo el año: seguimos vivos y con salud suficiente.
Y si se va más a fondo en la reflexión, habrá que notar que, en mitad de un creciente desafío a la Divinidad, cuando los egos y las soberbias creían tener la capacidad de dominar al mundo y manejarlo al propio capricho, ha venido el coronavirus a poner las cosas en su sitio.
No, nadie tiene la vida comprada. No, no es posible vencer toda resistencia para imponer una forma de pensar, una manera de gobernar, un proyecto para enriquecerse. No, no es posible.
La pandemia de coronavirus, que para algunos llegó, en principio, “como anillo al dedo”, terminó por demostrar que los afanes mesiánicos son tan perecederos y endebles como los del “conservadurismo” y la “neoliberalidad”.
Y la humanidad retornó al análisis de su realidad. Cada persona entendió su propia pequeñez. Su propia fragilidad. Su inevitable dependencia de la Voluntad superior, como quiera que le llame: Dios, Naturaleza, Universo…
Y, en lo personal, experimentamos un violento tirón para recordarnos que la misión de cada persona está muy lejos de consistir en vivir para trabajar. Que la familia crece, evoluciona, avanza, se transforma… y no vale la pena perderse los mejores momentos en aras de una adicción al trabajo. Workaholism, le llaman los estadunidenses.
Hoy, a unas horas de que concluya 2020, estamos en el mejor momento de agradecer lo que tan complicado año nos ha enseñado. Pero, sobre todo, estamos en el mejor momento para hacernos el propósito de aprovechar esas enseñanzas y de crecer en humildad, amor, comprensión, solidaridad y fraternidad.
Gracias, 2020. Bienvenido, 2021.
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