Gobierno y sociedad en la vuelta a la escuela

Podemos seguir pidiendo la postergación del regreso a clases hasta que se den las condiciones ideales, pero eso implicará también resignarnos a que el retraso en el aprendizaje de muchos sea irreparable.



El pésimo manejo de la pandemia por el gobierno actual ha significado para la sociedad mexicana un doloroso aprendizaje de que ante la ausencia de acciones de parte del gobierno o peor, ante acciones dañinas para los intereses generales, el único camino para salir adelante es la solidaridad entre individuos y asociaciones de todo tipo.

Ante la rotunda negativa de López a ayudar a las empresas de todos los tamaños con incentivos para subsistir ante el cierre de actividades, muchas de ellas encontraron apoyo a través de diversos programas encabezados por Coparmex y el Consejo Coordinador Empresarial (CCE).

En el abandono y el desprecio acusador del gobierno hacia los enfermos, especialmente los niños con cáncer, no han faltado mexicanos famosos como el Canelo Pérez y miles de desconocidos que han donado dinero para la adquisición de las carísimas medicinas.

Hoy, México se enfrenta a lo que pinta a ser un nuevo desastre: la vuelta a clases presenciales, la cual involucra la vida y la salud de más de 25 millones de estudiantes sólo en nivel básico, sus profesores y sus familias.
El atraso educativo ha sido uno de los lastres más onerosos desde hace décadas, y la pandemia ha venido a agudizar todavía más el problema. Por otra parte, es evidente que el desgaste emocional y los daños a los procesos de sociabilización de los menores crecen entre más se posponga el regreso presencial.

Como suele ocurrir, ese diagnóstico, aunque expresado de forma banal desde el estrado mañanero, es correcto y compartido por muchos. Pero, como ya es costumbre, la solución apunta a crear nuevos problemas. Sobre todo, porque sólo se ha hecho a partir de generalizaciones vagas, y no de análisis de la situación de cada escuela. Además, de que la forma de comunicar nuevamente confunde en lugar de aclarar.

Se dice que es decisión de los padres y se les endosa la firma de una carta que ha generado más dudas que tranquilidad, pues la corresponsabilidad de los padres se ve muy amplia; pero la corresponsabilidad del Estado no se nota. Y luego el presidente se deslinda de la misma calificándola, por supuesto, de “herencia neoliberal”.

Es innegable que estamos en una situación inédita no sólo porque el abandono institucional, sino por la peligrosa espiral donde los padres de familia están siendo bombardeados también desde la sociedad por muchísimos mensajes negativos. Se les acusa de irresponsables por pensar en llevar a sus hijos a clases sin valorar la situación de cada familia o sin ver que la opción de clases en línea de calidad es un privilegio para muy pocos. Se repiten sin cesar las cifras de los menores contagiados en toda la pandemia y se les hace pasar como recientes o casos activos en ese momento. Se pregona que sin vacunar a todos los menores no se debe volver, cuando ni siquiera hay vacunas autorizadas para los menores de 12.

A diferencia de otras situaciones en esta pandemia donde la solidaridad de la sociedad se ha hecho presente para suplir la ausencia del Estado o las acciones desastrosas de éste, hoy se está dejando a su suerte a los que constituyen el futuro de México.

No se ve a los arquitectos e ingenieros metidos en difundir las opciones accesibles para que padres y profesores puedan hacer adecuaciones en los salones. No hay psicólogos y pedagogas explicando cómo comunicar a los pequeños la importancia del buen uso del cubrebocas. Se nota la ausencia de profesionales que, sin ir más lejos, difundan las propuestas de Unicef para el regreso a clases para tratar de hacerlas operativas en la mayor cantidad de aulas.

Podemos seguir pidiendo la postergación del regreso a clases hasta que se den las condiciones ideales, pero eso implicará también resignarnos a que el retraso en el aprendizaje de muchos sea irreparable y nos estemos condenando como nación a hacer todavía más difícil el superar los índices de pobreza.

Es el momento en que, sin renunciar a reclamar una acción más efectiva del parte del gobierno, la sociedad en su conjunto brinque al ruedo para que de forma solidaria empecemos a pensar y concretar los “cómo sí” para que nuestros niños y jóvenes tengan un pronto y seguro regreso a clases.

 

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