El exilio del diálogo democrático

Entre mañaneras, imposiciones, jaloneos y mordiscos se fraguó el exilio del diálogo democrático en los primeros tres años de este gobierno.



Si hay un elemento que ha sido exiliado de la política nacional en los últimos años es el diálogo democrático. En primer lugar, porque si algo caracterizó la campaña de Morena para llegar a la presidencia, fue que el hoy titular del Ejecutivo se centró en repetir dos o tres mensajes básicos, descalificar a sus oponentes en los debates y negarse a responder en entrevistas periodísticas aquellas preguntas que se salían del guion pactado. Es innegable que la estrategia de comunicación, que a priori, podría haber sido calificada como destinada al fracaso; en el momento histórico del país y del mundo, resultó en un éxito rotundo.

Eso abonó el camino para que en el periodo entre el triunfo electoral y la toma de posesión se afianzara la idea de que la victoria de Morena había sido de tal magnitud que fueron incapaces de reconocer como interlocutor válido a ningún otro actor político ya fuera de otros partidos, de las sociedad civil o líderes en cualquier área. Todos aquellos que desde ese prematuro ejercicio del poder osaran diferir ya se enfrentaban con las primeras descalificaciones. Fue así como se tomaron las primeras decisiones de gobierno y se estableció el rumbo de la administración, a través de un monólogo en el que las voces disonantes simplemente eran ecos que se perdían en el ruido mediático.

En el Poder Legislativo la situación era más o menos semejante, sobre todo, en la Cámara de Diputados donde claramente la mayoría obtenida tramposamente no enseñó a la mayoría de los noveles diputados de Morena lo que es una negoción política, el ceder en algún punto, el establecimiento de compromiso. Lo único necesario era complacer a quien con su estrategia confrontativa los había impulsado para llegar a su curul. Así, incluso, se traicionaron acuerdos con la sociedad civil para no tener una Guardia Civil con mando militar, se pasaron leyes y modificaciones a la Constitución sin mover ni una coma, etc. En la Legislatura pasada no se honró al diálogo como herramienta de la democracia, también se le expulsó.

La Cámara de Senadores, por su parte, no ofrecía tales comodidades a Morena, porque la mayoría no la tienen aún ahora asegurada. Eso no impidió que muchas veces a la mala, se tratara de arrebatar lo que en el diálogo no se había logrado. La ferocidad de algunas senadoras atacando a un senador del PAN para lograr imponer a Rosario Piedra como titular de la Comisión de Derechos Humanos se convirtió una de las escenas más vergonzosas; pero icónicas de lo que han estos últimos años.

Entre mañaneras, imposiciones, jaloneos y mordiscos se fraguó el exilio del diálogo democrático en los primeros tres años de este gobierno. Un espectador esperanzado hubiera creído que el exilio del diálogo habría terminado en junio de 2021 cuando a raíz de las elecciones intermedias, la composición de la Cámara de Diputados reflejó mayor diversidad de posturas políticas y una clara voluntad ciudadana de poner freno al Ejecutivo y a su partido.

Los hechos de las últimas semanas apuntan no sólo a que se quiere prolongar el exilio del diálogo sino que se pretende llenar el vacío con acusaciones todavía más graves que ignoran, además, los principios básicos de la Constitución usando con ligereza verbal acusaciones como “traidor a la patria”, con una ligereza peligrosa porque ha encendido los ánimos con acciones de violencia menor; pero que pueden escalar fácilmente.

A más de diez días, se puede sospechar que fue la intención al armar con bombo y platillo la sesión del Pleno del 18 de abril: hacer el mayo ruido posible para ahogar el diálogo con la oposición y desplegar acusaciones de traición a la Patria sin más ni más. Como se decía, se olvida no sólo que los diputados de oposición llegaron a sus cargos por mayoría de votos con una clara misión de contención, sino que el artículo 61 dice a la letra: “Los diputados y senadores son inviolables por las opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos, y jamás podrán ser reconvenidos por ellas”. La razón de dicho artículo es precisamente dar libertad para que el diálogo democrático pueda tener un espacio seguro. Ese juego perverso, claro, también sirve para distraer de lo importante que el constante retroceso en todas las áreas del país.

Por su parte, el Ejecutivo a finales de la semana pasada parecía haber cedido a la tentación de recibir en Palacio Nacional al colectivo #Sélvame (luego de haberse negado a ir al trazo del Tramo 5 suspendido con un amparo con su excusa favorita de “cuidar la investidura”). Esta agrupación ha sido la más exitosa para vertebrar los esfuerzos de advertencia de los daños ecológicos irremediables que el Tren Maya está provocando y en encuentro ciertamente hubiera marcado el fin del exilio del diálogo democrático. Pero de última hora, se canceló la invitación al colectivo a partir de una falsedad de que varios de los invitados no irían, cuando sólo uno, eso sí el más notable, Eugenio Derbez, no podría estar presente por cuestiones laborales. Al diálogo democrático se le volvió a cerrar la puerta en la nariz. O nunca se le quiso recuperar en realidad, sólo fue ardid para hacer más ruido distractor.

Todos los comportamientos descritos, en las dos Cámaras y en el Ejecutivo, hubieran sido impensables en otros momentos de la historia reciente y eso es importante subrayarlo. Es importante porque no podemos acostumbrarnos, ni ceder a la tentación de responder con la misma cerrazón; al contrario, debemos seguir proponiendo el diálogo sobre todos los temas evitando caer en las descalificaciones para que desde la ciudadanía acabemos con el exilio del diálogo democrático que es la base para la reconstrucción del país.

 

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