En la naturaleza hay un orden, aunque a veces no es aparente. En la política también hay un orden, uno explícito que corresponde a lo señalado en las leyes, específicamente la Constitución; de hecho, un funcionario público, a diferencia de la gente común, sólo puede hacer aquellas acciones y ejercer las funciones que vienen consignadas en las leyes; la gente común al contrario, sólo debe evitar lo que se prohíbe expresamente.
Pero en la política también hay ciertas normas no escritas que se solían seguir, especialmente durante los años del PRI. Y es necesario retomar lo que sucedía en esos años como referente porque el gobierno actual toma de ahí sus referentes. Entre ellas, estaban aquellas de “el que se mueve no sale en la foto” o que el último año del sexenio era el “año de Hidalgo, porque a ver quién deja algo”.
En este sexenio, prácticamente se ha roto todo el orden jurídico y también ese otro orden que daba contención y certeza, aunque se basara en premisas cuestionables. Hay varias razones para este constante desorden, una muy evidente es la acendrada convicción de que el actual titular del Ejecutivo está por encima de la ley. Sí, juró guardar y hacer guardar la Constitución el primero de diciembre de 2018 como parte del acto protocolario; pero desde antes de tomar posesión ya había lanzado la decisión de cancelar el aeropuerto con base en una consulta amañada que no cumplía con ningún orden más que el de complacerlo. Ahí comenzó el desorden como forma de gobierno, o de desgobierno.
El desorden jurídico se ha alterado desde entonces en todos los ámbitos, incluyendo aquellos que hoy han llevado a Perú a considerar persona non grata al titular del Ejecutivo por constantes declaraciones injerencistas que rompen el orden de la política exterior y la retención absurda de la presidencia de la Alianza del Pacífico que le corresponde Perú, no le correspondía a Pedro Castillo como persona; y por supuesto, al titular del Ejecutivo no le corresponde retener algo porque no le gusta la persona a la que se dará.
El sector educativo también está siendo escenario de otra de las consecuencias de no seguir el orden marcado por la legislación vigente, aunque quizá en este caso sea de agradecer. La normatividad marca que para la elaboración de los libros de texto primero se deben publicar en el Diario Oficial los planes y programas, además de realizar consultas con padres y con los docentes. Los libros se han hecho sin cumplir ninguno de los requisitos anteriores. Es una confirmación del espíritu de este sexenio: ese desorden se sustenta, según ellos, en la “superioridad moral” de que por sus fines tan elevados y su suprema sabiduría su ideología está por encima de la ley. Así se gobierna en todo.
Esas actitudes tienen consecuencias como que el aeropuerto de Santa Lucía no haya resuelto ningún problema y esté necesitando ser subsidiado para mantener operaciones; o la pérdida del prestigio de México como referente de política exterior para Latinoamérica; o que una jueza emita una orden de suspensión temporal de la impresión de los nuevos libros de texto.
Aunque el Poder Judicial en términos generales ha ido conteniendo algo de ese desorden, no es suficiente porque hasta hoy no existen castigos reales a ninguno de esos abusos. En cierto modo, las acciones del Poder Judicial están modelando los meandros que dan forma los ríos al ir buscando la zona para seguir fluyendo. Lo cual no quita la importancia de esas acciones y que en el futuro cercano se pueda tener una verdadera justicia, que mucha falta hace para retomar el orden todos los ámbitos del país.
Tampoco se puede soslayar que el crear desorden, además de ser motivado por la “superioridad moral”, sirve también como un gran distractor porque no sabemos si las cosas que no alcanzamos a ver están todavía peor o quizá nuestras reacciones ante la desfachatez del desorden nos hacen ver un desorden muy grande y no valorar lo que funciona con independencia. Es que cuando hay orden se puede ver con claridad, el desorden esconde hasta lo que va bien.
Se debe subrayar que a ese desorden jurídico que priva en este gobierno se suma el alterar el orden de la sucesión priista que estamos viviendo. El rito del “tapado” que estaba marcado por la “inmovilidad” para salir en la foto tenía una razón de ser. El presidente en turno mantenía el control tanto de los aspirantes como de su acción política. Más allá de que resulte un retroceso volver a que hay un presidente designando si no a su “sucesor” sin al Candidato(a) con mayúscula y con (a), el haber puesto a jugar sus corcholatas (infausto nombre como algún columnista señala, puesto que la corcholata acaba en piso porque el refresco es lo que importa) con tres años de anticipación mete otro nivel de desorden tanto entre los miembros de Morena como en todo el aparato de gobierno. El desinterés de las corcholatas para atender lo que deberían hacer por estar en disimuladas acciones de promoción también tiene un impacto negativo, se suma más desorden al gobierno de Ciudad de México y a las funciones de cada uno.
Asimismo, este desorden apuntala otro de rasgos de este gobierno: vivir en eterna campaña, como le encanta al titular del Ejecutivo. Pero también, al aumentar la incertidumbre y bajar el control en todas las dependencias, se favorece que aquel año de Hidalgo se haya también adelantado tanto porque se puede estar apostando a la corcholata equivocada y se acabará el gozo máximo de vivir del presupuesto el siguiente sexenio, y la actitud “previsora” se extiende al escenario todavía más “catastrófico” de que se pierdan las elecciones en 2024. El empeño en ocultar la información parece apuntar a que estemos por enfrentar el mayor saqueo a las arcas públicas de la historia del país. Paradójicamente, podríamos desear que lo estén haciendo con el mismo nivel de desorden porque los rastros para seguirles la pista, aun con todas sus acciones para evitar la transparencia y al parecer borrar las evidencias.
Pero para llegar a recuperar el orden jurídico, político y presupuestal, los ciudadanos debemos aprender a distinguir el caos creado con el fin de distraernos y enfocarnos en el desorden que causa estragos. Debemos exigir a las fuerzas opositoras que irán en alianza que desde ya muestren que son amantes del orden y establezcan formas claras y “ordenadas” no sólo para la definición de candidaturas sino para el gobierno de coalición que requerimos para el próximo sexenio. La apuesta por el orden como virtud principal del próximo gobierno.
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