El combate a la corrupción, el peor engaño de este gobierno

Es una realidad que el titular del Ejecutivo llegó al poder con el mayor número de votos y el mayor diferencial respecto a los otros candidatos. Esos números se usaron para inflar todavía más la narrativa de que estos seis años serían completa y totalmente diferente a cualquier sexenio anterior pues se trataba de algo más, se trataba de la Cuarta Transformación.

El grandilocuente mote de Cuarta Transformación se construyó partiendo de los hechos históricos que desde su perspectiva habían transformado al país: el inicio de la Independencia —no su consumación, por supuesto—, la Reforma con Juárez triunfante —la guerra donde perdimos casi la mitad del territorio nunca se ha considerado transformación— y, la Revolución Mexicana que se estira para incluir a Lázaro Cárdenas y la expropiación de la industria petrolera. Y nada más porque sí y sin haber hecho nada previamente se adjudicó a este gobierno una importancia injustificada y desproporcionada.

Sin embargo, esa insistencia sin base real tuvo un efecto psicológico muy grande tanto en sus votantes como en los que no votaron por él. Al inicio del sexenio había una sensación de que algo enorme había sucedido que se extendería casi irremediablemente más de seis años siguiendo el camino que otras democracias regionales habían recorrido con la llegada de un populista.

El temor no era infundado porque gracias a una serie de triquiñuelas en el Poder Legislativo, especialmente en la Cámara de Diputados, Morena logró una sobrerrepresentación que no reflejaba la proporción de votos que recibió ese partido y sus aliados en las elecciones de 2018. Se agrandó el alcance del poder todavía más cuando el partido Verde, que no había ido en alianza electoral para presidencia con Morena sino con el PRI postulando a José Antonio Meade, decide aliarse con Morena, para el final de esa primera legislatura los 16 diputados que eran originalmente del Verde quedan reducidos a 11.

Además, a pocos meses del inicio del sexenio, el ministro de la Suprema Corte de Justicia Eduardo Medina Mora empieza a ser investigado por la Fiscalía —la que se prometió que sería autónoma— y deja sorpresivamente su puesto. Esto facilitó a que el actual titular del Ejecutivo pudiera, en ese primer trienio, meter a 4 ministros elegidos por él y aprobados con facilidad por sus mayorías.

Esta acumulación de poder, aunada la vulneración de los muchos órganos autónomos, no era en lo discursivo parte del plan de la Cuarta Transformación pues incluso en los 100 famosos compromisos hechos en la toma de posesión se decía en el 92 se anunció justamente lo contrario: “Mantendremos relaciones respetuosas con el Poder Legislativo y con el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo dejará de ser el poder de los poderes”.

Más allá de que ni ese compromiso ni muchos otros de los que se anunciaron se han cumplido —aunque se repita que sólo falta uno—, esta incoherencia revela que no había nada concreto detrás de la Cuarta Transformación que le diera sustento, fuera de la repetición de cierta palabras clave como “el poder del pueblo”, “no somos como los otros”, “la mafia del poder” y el énfasis en una especie de renacimiento de una moralidad definida desde presidencia que acabaría tanto con los delincuentes como con los corruptos.

El combate a la corrupción tampoco fue definido nunca fuera de las frases “barrer desde arriba” o “todos los negocios jugosos que se hacían era muy difícil que no llevaran el visto bueno del presidente”, “nos ahorraremos 500 millones por acabar con la corrupción” u otras semejantes que tienen en común que bastaba con que la voluntad “transformadora” del Ejecutivo para lograrlo. En la práctica, en lugar de fortalecer el Sistema Nacional Anticorrupción o de perdida inventar el Sistema del Bienestar Anticorrupción, lo debilitó y debilitó evitando nombramientos y dejándolo sin presupuesto. Además, debilitó otros controles internos con decretos que cambian la forma de los nombramientos de oficiales mayores. Y vulneró al órgano vigilante por excelencia que es la Auditoría Superior de la Federación. Y por supuesto apostó al ocultamiento de datos con decretos y dejando sin operación en la práctica al Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI). Por no mencionar que dar contratos por adjudicación directa —el espacio donde el margen para la corrupción es más amplio— ha sido el modo constante y prioritario de dar contratos.

En otras palabras, hablar de combatir la corrupción fue sólo eso: palabras. Pues incluso ante los escándalos ya en este sexenio que han ido saliendo a flote, a pesar de todas las barreras que se han puesto a la transparencia y rendición de cuentas, no ha habido acciones contundentes, a lo más, como en tantas ocasiones se ha perseguido a mandos medios. El caso de Segalmex resultó emblemático cuando se esforzó en proteger Ignacio Ovalle, su primer titular, poniéndolo como una víctima al que “expriistas le vieron la cara”.

Los escándalos y los montos que se sabe que se involucran en la corrupción de este gobierno son mucho mayores a cualquier otro sexenio y se puede presumir que sabemos apenas un poquito de lo mucho que se está desviando. Sin embargo, el tema está lejos de causar la indignación general que debería despertar sobre todo si la proclamación del combate a la corrupción era una de las pocas constantes que se apuntalaban la amorfa Cuarta Transformación, y promesa que se admite que fue la que motivó a muchos para apoyarlo frente a lo que parecía el peor sexenio en corrupción, el de Enrique Peña Nieto.

Es necesario reconocer que la corrupción es un tema complejo en la cultura cívica del país, pues aunque es uno de los males que por más tiempo ha carcomido al sistema político y también al sistema social sólo se ve como verdaderamente malo cuando nos afecta y es muy fácil mantenerlo —como lo ha hecho este gobierno— como algo abstracto, intangible o solamente discursivo. Sin embargo, “el que no transa, no avanza” se suele usar como justificación popular para muchas acciones muestra que muchos consideran a la corrupción tolerable si les beneficia o salpica también a ellos de alguna manera, la frase “por fin me hizo justicia la Revolución” da cuenta de ello.

Este último planteamiento es el más peligroso para nuestro país en este momento, porque a muchos hogares sí está llegando dinero de manera constante, porque las becas y pensiones se llevan un porcentaje muy elevado del presupuesto, se dan con toda liberalidad y van acompañadas de la consiguiente propaganda para hacerles sentir que les llegan beneficios. No se puede generalizar, pero muchos de los miembros de esos hogares podrían opinar que el gobierno de la Cuarta Transformación es mucho más corrupto que los anteriores, pero también podrían preferir cerrar los ojos bajo la premisa de por fin les hizo “justicia la Cuarta Transformación”, y contribuir a perpetuar la presencia de Morena.

Por todo lo anterior, el Frente Amplio por México tiene un reto enorme en el tema de la corrupción, pues quizá ni siquiera valga la pena esforzarse en demostrar que la Cuarta Transformación es todavía más corrupta que cualquier otro gobierno, sino que debe articular un mensaje claro apoyado en los cómos reales, tangibles y medibles que se usarán para combatir ahora sí la corrupción comunicando además cómo es mala para todos y que todos debemos combatirla de formas concretas y no sólo creer que desaparecerá desde arriba o que es parte del sistema y no se puede reducir.

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