Estos dos últimos años más que desgastarse en evidenciar las mentiras, omisiones y delirios presidenciales, la ciudadanía debe enfocarse en delinear el futuro que comenzará al terminar el sexenio.
Durante décadas el informe presidencial funcionó como un acontecimiento espectacular y que confirmaba la prevalencia del presidencialismo en el país, pues justamente el presidente iba la sede del Poder Legislativo el día de la apertura del periodo ordinario el 1º. de septiembre y, además, para que no quedara duda, era día feriado y el informe se escuchaba vía cadena nacional en todas estaciones de radio y los pocos canales de televisión de ese momento. Es un hecho que el informe no fue nunca una rendición de cuentas, sino más bien un mensaje con diferentes niveles de propaganda, siendo uno de sus momentos más impactantes el anuncio de la nacionalización de la banca en el último informe de José López Portillo.
En la medida en que hubo equilibrio democrático en la composición de las Cámaras el protagonismo presidencial fue perdiendo peso. Pero el tiro de gracia al ceremonial del Informe ocurrió cuando el PRD, que fue la larva en la que se alimentó la “transformación” que hoy padecemos, tomó la tribuna e impidió que Vicente Fox leyera su sexto informe, en respuesta al fraude imaginario de 2006. En el sexenio de Calderón se cambió la ley, requiriendo sólo la entrega por escrito del documento. Eso dio un margen para que tanto Calderón como Peña usaran diferentes formatos para mandar un mensaje. A la par, esa nueva reglamentación abría una ventana de promoción personal en los tiempos oficiales de radio y televisión pues se permite “informar” con la imagen del presidente en turno.
En este sexenio, la versión de presidencialismo es más burda que la de antes donde se cuidaban las formas y se trataba de presentar cierta contención. Ahora, entre los cantos por parte de senadores y diputados de es “un honor” venga o no al caso y las constantes violaciones a la civilidad y formas legislativas estamos ante una versión con tintes de farsa de ese presidencialismo arcaico y omnipresente.
Además en un presidencialismo tan vacío en contenido y tan escaso en logros que lo único que hay cada mañana es una degradación de lo que era el Informe Presidencial. Además, así hay una constante presencia del titular del Ejecutivo que ha dominado eso sí hasta la maestría el arte de desinformar. Pues se trata sólo de llenar espacios, se hacer ruido, de vivir de la mentira. Incluso lo que apoya un día como sucedió la semana pasada en que presionó para que la Suprema Corte no limite la figura de cárcel preventiva oficiosa puede cambiar pocos días después al pedir que se revisen los casos de tantos inocentes que están esperando juicio (altísimo porcentaje que se debe al abuso de la prisión preventiva oficiosa).
En el desgaste de los meses de gobierno, es evidente que estar hablando frente a los periodistas es su única actividad de gobierno. Eso fue patente con la amenaza de extender las mañaneras a los sábados como “solución” a los problemas de la inseguridad. Además, cada determinado tiempo se dan “informes intermedios”, que si bien por ley no se ven acompañados tan cínicamente por la autopromoción presidencial en los tiempos oficiales, sí han traído un gran desgaste al simbolismo del Informe Presidencial.
Hoy resulta intrascendente que hable una o dos horas, no se distingue de cualquier otro evento porque ni siquiera utiliza la banda presidencial que nos permitiría distinguir al menos por eso cualquier otro día. Del informe del año pasado, se recuerda más la confusión de su esposa al no encontrar su silla y los memes que se hicieron al respecto.
Salvo que el titular del Ejecutivo decida (esperemos que no) emular a López Portillo y haga algún anuncio espectacular, el Cuarto Informe será otra muestra más de ese arte de desinformar, pues se mezclará la repetición de que se ha inaugurado el Aeropuerto Felipe Ángeles pero se omitirá que en cinco meses la oferta inicial de vuelos incluso ha decrecido; se dirá que se inauguró Dos Bocas y se omitirá que no se ha acabado; se presumirá el avance del Tren Maya ocultando que se rompieron todas las promesas de “no tirar ni un árbol”, “no expropiar ni un solo predio”, “consultar a todas y cada una de las comunidades”, etc. Y se prometerá nuevamente que tendremos un sistema de salud como en Dinamarca, que las medicinas llegarán a los rincones, que los abrazos triunfarán muy pronto… un resumen, pues, de #LasMentirasDeMorena.
Y aunque no lo parezca, este desgaste del Informe de Gobierno es una oportunidad para estos dos últimos años del gobierno. Sí, es una oportunidad para que la ciudadanía aborde con seriedad la reflexión de cuál es la función que debe cumplir un informe de gobierno, cómo lograr que ni el presidente opaque a las Cámaras ni éstas impidan el diálogo bloqueando el acceso al presidente, etc. Estos dos últimos años más que desgastarse en evidenciar las mentiras, omisiones y delirios presidenciales, la ciudadanía debe enfocarse en delinear el futuro que comenzará al terminar el sexenio. Es imperativo comenzar desde hoy, pues el estado en el que recibiremos la patria el 1 de octubre de 2024 será tan desastroso que no podremos darnos el lujo de llegar sin una visión propositiva y clara.
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