Las concentraciones de #MiVotoNoSeToca fueron un éxito ciudadano. La unanimidad de las portadas de los principales diarios al día siguiente, incluyendo, algunos extranjeros, es una de las evidencias. No es menor el haber visto cómo se desbordó la gente en el Zócalo —donde contra las disposiciones de ley, no ondeaba la bandera monumental sin que nadie haya dado una explicación— y los llenos en otras muchas ciudades de todo el país, más la presencia en más de una decena de embajadas y consulados.
Es notable no sólo por la cantidad sino por la calidad de la convocatoria, es decir, hombres y mujeres que por sus propios medios se trasladaron a los lugares; no recibieron nada por hacerlo; guardaron un orden y una civilidad impecables —las imágenes de los barrenderos limpiando sólo el polvo porque el piso estaba sin basura se han difundido—; fueron a lo que fueron presentándose puntuales a la cita; escucharon con respeto; cantaron a todo pulmón y con la emoción a flor de piel el Himno Nacional y se retiraron satisfechos a las iglesias de la zona, a los restaurantes, a los comercios o a sus hogares.
Con esa relación tóxica que se ha desarrollado en este sexenio, el círculo rojo esperó con expectativa las reacciones del oficialismo y las de la mañanera como si de eso dependiera el valor de lo sucedido. Sin duda, tienen un peso porque la política lo que se dice cuenta, así como cuenta lo que no se dice. Pero para la vida de la mayoría de los que dedicaron la mañana del domingo a defender su derecho a que su voto cuente, y sobre todo, con miras a lo que viene es bastante intrascendente esas previsibles descalificaciones.
Lo que es realmente importante es que los ciudadanos no se han enganchado con ninguno de los intentos falaces de desviar el propósito de las concentraciones hacia temas que ni siquiera guardan una mínima lógica como asociar la defensa del voto con la condena a García Luna o con la supuesta defensa de un narcoestado. Los participantes y muchos más desde sus casas han refrendado que la línea que no están dispuestos a que se cruce es la posibilidad de seguir teniendo elecciones confiables como las han tenido desde el nacimiento del IFE hoy INE, evidentemente muchos con la esperanza de que en 2024 haya la real opción de que Morena no vuelva a ganar. Lo que se resume en la frase: “Con el INE que llegaron, es con el INE que se van a ir”. Así de simple y así de trascendente.
Esa línea que la ciudadanía ha marcado y marcado como su límite se pintó el 13 de noviembre, se reiteró el 26 de febrero, pero probablemente no será suficiente, no podemos soltar a la Corte enfatizándole a través de los medios al alcance que esperamos que actúen conforme a la Constitución y los derechos humanos. Esos medios pueden ser las redes, las peticiones vía electrónica y en correos electrónicos.
A la par, también es necesario continuar la exigencia en las instancias académicas y hacia los mismos ministros para que seriedad y altura de miras revisen el caso de la permanencia ministra Yasmín Esquivel, pues las evidencias de que no tiene la probidad ni la honestidad intelectual para estar en el puesto que ocupa se acumulan día a día. Su permanencia vulnera a la Suprema Corte, y si bien legalmente no hay mecanismos para su destitución, sí los hay para impedir su participación en sesiones plenarias donde discutan asuntos como la constitucionalidad del plan B, pues además de ya no tener ella la autoridad moral por sus acciones, tiene conflictos de interés por su cercanía y la de su esposo con el titular del Ejecutivo.
Por otra parte, los ciudadanos tampoco nos podemos desentender de la elección de los nuevos consejeros —o consejeras, según ha instruido el Tribunal Electoral— que se integrarán al Consejo General del INE. El proceso está en manos de Morena y parecería que hay poco margen de maniobra, pero no por eso debemos alzarnos de brazos; al contrario, debemos exigir a los diputados y senadores que cumplan con su deber, que respeten los mandados constitucionales.
Este llamado por supuesto debe ser para los diputados y senadores de la Alianza por México, pero quizá no estaría mal incluir a los diputados del partido Verde o el PT que tuvieron salieron “trasquilados” con el plan B. Seguramente, alguna negoción a oscuras y a espaldas de la ciudadanía se hizo para que aceptaran perder su “cláusula de vida eterna” y otras prebendas; pero ¿qué garantía tienen realmente con Morena? ¿No sería momento de invitarlos a pensar en lo que genuinamente ganarían si de pronto se volvieran a sus votantes y no al grupo en el poder?
Finalmente, toda esta defensa del INE y la lucha porque quede en manos de perfiles adecuados debe servir también para apuntalar la imperiosa necesidad de abatir el abstencionismo. Cada uno de los ciudadanos que fue física o moralmente a las concentraciones debe iniciar una cruzada hoy mismo para que todos a su alrededor comprendan que tener garantizadas elecciones libres y confiables no es suficiente si un alto porcentaje se abstiene de ejercer su derecho al voto. Las próximas elecciones, que se seguirá luchando hasta lograr que sean con el sello de garantía del INE o incluso si no, deben, quizá por esa lucha dada, ser las más participativas de la historia de México.
Hagamos un compromiso firme de defender al INE, nuestro voto y abatir el abstencionismo. Que la motivación surgida de vislumbrar la posibilidad de ya no poder votar con libertad sirva para impulsar a los que encontraban fácil renunciar a su derecho, a ahora sí, desbordar las urnas con nuestra participación en las próximas elecciones. Eso sigue.
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