Desde el momento en el que inició la guerra entre Rusia y Ucrania, en México se levantaron voces reclamando que diariamente mueren por violencia más mexicanos que los que se están contabilizando en Ucrania.
La amenaza que parecía lejana de una guerra que implique la invasión de un país soberano a otro se ha concretado. El mundo entero contempla la agresión rusa sobre Ucrania con ojos asombrados; primero por ser testigos del evento casi en tiempo real y, en segundo lugar, por el heroísmo inesperado que los ucranianos han regalado al mundo.
Desde el momento en el que iniciaron las agresiones, en México se levantaron voces reclamando que diariamente mueren por violencia más mexicanos que los que se están contabilizando en Ucrania. Algunos extienden la comparación a que se vive una guerra igual, lo cual, si resulta difícil pues las circunstancias no son comparables; sin embargo, los hechos pueden permitirnos algunas reflexionen en torno a ellos.
Tan sólo en 2021 se contabilizaron en diferentes estados 62 masacres, es decir, un número significativo de muertes que incluyen a víctimas que no están directamente involucradas en los conflictos entre grupos del crimen organizado rivales.
En este año, algunos hechos alarmantes han llegado a los periódicos, por ejemplo, tenemos desplazados en Jerez, Zacatecas, que recibieron auxilio de las Fuerzas Armadas, no para recuperar la paz o el control, sino para ¡mudarse con algunas pocas pertenencias!
Podemos agregar a este panorama que los problemas por el control y pagos exigidos a productores de limón y aguacate se palpan en el costo del limón que afecta a todos los hogares y en la suspensión de temporal por parte de Estados Unidos de la importación del segundo como protesta a las dificultades y violencia para mover la mercancía a su destino.
Es imposible omitir el “fusilamiento” en San José de Gracia, Michoacán, como los titulares identificaron a los hechos ocurridos el fin de semana, donde en videos difundidos se pudo ver cómo un grupo de personas —que fueron sacadas de un velorio— es puesto frente a una pared con las manos en alto y luego se escucha una ráfaga de disparos. El caso está en evolución porque los cuerpos fueron movidos del lugar y los rastros en la escena lavados sin que apareciera por ahí ninguna autoridad que limitara el acomedido “servicio de limpia”.
Todos esos escenarios son terribles y, por desgracia, parecen tener menos impacto entre los mexicanos. Esto es entendible, primero por un mecanismo de defensa ante la cercanía y el riesgo de que esa violencia cualquier día de estos involucre a algún familiar o amigo; en segundo, por la novedad que siempre desplaza a lo cotidiano, y la violencia se ha vuelto cotidiana.
De parte del partido gobernante e incluso del titular del Ejecutivo es muy fácil echar la culpa al desgaste del tejido social. Es verdad ese desgaste favorece que niños y jóvenes vean unirse a las bandas criminales como una opción atractiva o que las mismas comunidades que se ven beneficiadas en alguna medida (o por lo menos no atacadas) se conviertan en “protectoras” de los mismos criminales. Estamos viendo las consecuencias derivadas de carecer de estructuras familiares, vecinales y comunitarias que contengan, guíen y ofrezcan apoyo emocional y material los jóvenes y que las poblaciones se vean sí mismas como generadoras de protección y cambio para sus habitantes.
Sin embargo, no sólo estamos ya en el cuarto año de esta administración, ya ha transcurrido más del 50% del sexenio y no hay un mínimo plan de recuperación del tejido social fuera de solicitar a madres y abuelas que “regañen” a sus vástagos.
Al contrario, las pocas opciones de mantener a los menores alejados de las calles por más tiempo en zonas marginadas y vulnerables como eran las escuelas de tiempo completo han sido arrasadas por los recortes. Asimismo, al cortar de tajo los apoyos gubernamentales a todas las organizaciones de la sociedad civil ha cercenado a muchas de ellas que trabajaban con proyectos artísticos de variada índole para mostrarles que hay otros caminos más enriquecedores y creativos. La deserción escolar agudizada por la pandemia no está siendo atendida, los elevados números que se están viendo evidencian que el otorgamiento de “becas” sin reglas de operación ni mecanismos de seguimiento están perdiendo (concediendo que lo tuvieron en algún momento) el efecto disuasorio de dejar las aulas.
A todo ello, por supuesto, hay que agregar que el combate al crimen organizado se ha dejado de lado y se han desmantelado las opciones de carácter civil para hacerlo al desparecer a la Policía Federal y debilitar por falta de recursos a las policías locales. Además, las Fuerzas Armadas en la extraña (con)fusión con la Guardia Nacional aparecen cada día menos efectivos en esta materia. Es de suponer, que la moral de la tropa esté por los suelos, sí, la de aquellos de menor nivel que son los que reciben también las agresiones del crimen organizado y no cuenta, por lo poco se sabe, ni con las órdenes ni con los recursos para actuar en consecuencia.
Sería deseable que los mexicanos inspirados por los testimonios de valentía y de resistencia ante el agresor que nos llegan desde Ucrania nos plantáramos con la misma determinación frente a autoridades federales, estatales y municipales a exigir un cambio de rumbo que marque un alto a este continuo derramamiento de sangre, a esta extensiva pérdida de gobernanza en tantos territorios, a limitar y ajustar nuestra vida cotidiana con la (des)esperanza de librar las amenazas de usar cierta carretera o de acudir a lugares nocturnos.
Es momento de tomar ejemplo de ese lejano país que ha presentado un frente común, unido y contundente ante la agresión externa y buscar con el ingenio y la solidaridad que nos caracterizan opciones diferentes que nos saquen de este fuego cruzado entre un crimen cada día más organizado y un gobierno cada día más desarticulado.
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