Nos encontramos ante un gobierno necesitado de una ciudadanía menor de edad, de una sociedad incapaz de generar su propio desarrollo.
La sociedad mexicana podrá alcanzar su plena madurez cuando asuma completamente su responsabilidad como generadora auténtica de los cambios para bien que requiere el país. Ya sea en materia democrática, educativa, económica, de seguridad, transparencia y honestidad, los ciudadanos somos los responsables de la construcción de un México próspero y exitoso.
Lamentablemente seguimos arrastrando una cultura con un fuerte paternalismo. Y es que somos herederos de un régimen postrevolucionario que nos adoctrinó para ver en la figura presidencial una especie de padre benefactor, al que no se le podía cuestionar, pero del que teníamos certeza que nos procuraría.
Un padre sí violento, corrupto, castigador con quien se le “saliera del huacal”, pero benevolente con los obedientes y dóciles.
A pesar de los avances que como sociedad hemos vivido: impulsando instituciones cada vez más sólidas, contrapesos reales al gobierno, una mayor conciencia de los valores democráticos y de derechos humanos, también es cierto que estamos ante un momento alarmante donde todo este crecimiento que hemos logrado como ciudadanos parece estar en riesgo.
Diversas han sido las señales de alerta ante los constantes embates que desde el actual gobierno se han dado en contra de una sociedad responsable, madura, organizada, pero sobre todo crítica. Por ello, llamó mucho la atención el comparativo (quizá inconsciente, pero que retrata descarnadamente su concepción social) del presidente respecto a que los pobres son como las mascotas, incapaces de procurar su propio alimento y a los que el gobierno bueno y paternalista debe alimentar.
Y ahí radica el problema, ahí está el meollo del asunto: nos encontramos ante un gobierno necesitado de una ciudadanía menor de edad, de una sociedad incapaz de generar su propio desarrollo.
Para nuestras autoridades es más rentable extender la dádiva gubernamental, antes que generar oportunidades y herramientas para que sean los propios ciudadanos los constructores de su propio destino.
En ese sentido, el mensaje es muy grave, porque manifiesta un desprecio velado por el pueblo. Podrán llenarse la boca con frases como de que el pueblo es sabio… sabio, pero incapaz, impedido, menor de edad.
He ahí la verdadera vocación del populista, que la sociedad se vuelva tan dependiente que no pueda bajo ninguna circunstancia levantarse.
Ése es el tamaño del reto al que hoy nos enfrentamos como nación. En este contexto, la frase que hiciera famosa hace más de 30 años el gran líder de oposición Manuel J. Clouthier, cobra fuerza y actualidad: “Lo importante no es cambiar de amo, sino dejar de ser perro”.
Los mexicanos no somos mascotas, no somos animalitos impedidos a los que hay que alimentar. Al contrario, tenemos la capacidad de levantarnos con nuestras propias fuerzas, de salir adelante a pesar de las adversidades, somos los artífices de nuestro propio destino y nadie puede arrebatarnos ese derecho.
Demos los pasos necesarios para demostrarlo.
Te puede interesar: México y la hispanidad