Quien debería ocuparse de gobernar al país está divagando sobre irrelevancias. Por ejemplo, sí sortea el avión que no tuvo ni Obama o mejor sortea cantidades en efectivo.
Hay una serie de problemas, de problemas verdaderos, que esperan una solución inmediata, cuya dilación tiene costos altos y crecientes. Problemas que, en la mayoría de los casos, no son nuevos; pero que habían merecido algún grado de atención en épocas aún no tan antiguas.
Se puede mencionar entre esos asuntos, desde luego y a la cabeza, la inseguridad creciente, tanto en las calles de la capital de la República como en las de muchas ciudades en las demás entidades del país.
Transitar sin temor, con la confianza de estar entre gente que se esfuerza por ganarse la vida honestamente; de confiar en la buena fe de cuantos se cruzan en el camino; de intercambiar saludos corteses con quienes no se conocen, pero conviven en la cuadra, en la colonia, en la ciudad, es parte de la historia urbana.
Pero no es lo único. También están los datos irrefutables (a pesar del afán simulador de quienes siempre tienen otros datos) de una economía que, suponiendo sin conceder que no se encoge, tampoco crece. Fenómeno que se refleja en la dificultad para encontrar empleo, en el cierre cotidiano de empresas, en los despidos que abundan.
En fin, enumerar todos los graves problemas que requieren de modo urgente una atención sistemática, estratégicamente planeada y a fondo, resulta un tanto ocioso. Cada ciudadano identifica todos y padece los efectos de varios.
Y todos, neoliberales e incondicionales, morenistas y adversarios, cuatrotés y ciudadanos de a pie, sufriremos (o ya sufren) las consecuencias si no se atienden. Son temas que a todos nos importan.
A todos, excepto a quienes pueden trabajar en las soluciones.
Ésos están en otras pistas del circo gubernamental.
Están, por ejemplo, debatiendo si conviene mantener vigentes los fines de semana largos, también conocidos como “puentes”, o es mejor suprimirlos “para que los niños aprendan historia”. (Por cierto, con los fines de semana largos, los niños van a la escuela los días festivos históricos, de modo que es más probable que recuerden esas fechas que si están descansando).
Quien debería ocuparse de gobernar al país también está divagando sobre irrelevancias. Por ejemplo, si sortea el avión que no tuvo ni Obama o mejor sortea cantidades en efectivo. (Incomprensible, sí. La nueva ocurrencia, al parecer, es entregar premios en efectivo equivalentes al valor de la aeronave. ¿No estábamos en que el objetivo era deshacerse del aparato?)
En fin, los debates no están centrados en el combate a la inseguridad, ni en el reforzamiento de la economía, ni en ningún asunto trascendente, sino en dislates como los mencionados.
No nos sorprenda que en una próxima homilía de las siete se anuncie que empezará la discusión acerca de cuántos querubines caben en la punta de un alfiler; como en Bizancio.
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