Tantos meses de encierro, de uso de cubrebocas, de información cierta y falsa va cocinando el entendimiento y en estas alturas ya es mucha la gente que ha reducido el índice de cuidados contra el COVID-19.
El surgimiento de una tercera ola de COVID, detectada de manera clara en prácticamente todo el mundo, reactiva las alertas en la prevención de la enfermedad y amenaza con pasar factura a quienes, confiados, suponían que estábamos en el camino de salida de la pandemia.
Ante ese fenómeno, se ha empezado a manifestar una clara falta de prevención entre los ciudadanos, la cual obedece a varios factores entre los que se cuentan el aburrimiento por el encierro, la disminución del número de decesos y contagios y, también, un fenómeno de aclimatación peligroso que lleva a bajar la guardia.
Es sabido que si se mete a una rana en una olla con agua hirviente, el anfibio saltará para escapar. Pero si se le introduce en una olla con agua fría y después se coloca el recipiente en la estufa, a fuego lento, el animal acaba por dejarse cocinar.
Algo parecido nos pasa a los humanos. Tantos meses de encierro, de uso de cubrebocas, de información cierta y falsa, completa y parcial científica y empírica, real e imaginaria, va cocinando el entendimiento y en estas alturas ya es mucha la gente que ha reducido el índice de cuidados contra el virus.
A ello contribuye el creciente número de personas vacunadas contra la infección viral del SARS-CoV-2, entre quienes hay muchas que dan por hecho que la vacuna los hace inmunes. No es así, pero esas personas no lo saben, prevalecen la malinformación y la desinformación.
Las vacunas que se están administrando en todos los países no impiden el contagio, solamente protegen contra la gravedad de la enfermedad y no en todos los casos.
En estos momentos, cuando más gente ha sido vacunada, es más urgente una campaña de creación de conciencia social que lleve a todos a mantenerse alertas, a protegerse y a difundir información verificada y certificada.
No sería mala idea que el dinero que hoy se destina a nimiedades como organizar una consulta bizantina para ver si la gente quiere enjuiciar a los delincuentes o no, se encauzara hacia una campaña de conciencia, que ayude a preservar la salud de las mayorías.
De ese modo, como se dice popularmente, se matarían dos pájaros de un tiro: tendríamos la certeza de que los impuestos se usan para el bien común y se evitarían las maniobras políticas tales como las campañas para “consultar al pueblo bueno y sabio” sobre si debe hacerse o no lo que no amerita consulta, porque la ley ordena hacerlo.
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