“Los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos”, fue la frase lapidaria que el padre Javier Ávila dijo en la misa de cuerpo presente de sus dos compañeros sacerdotes asesinados en Chihuahua.
Asesinatos, secuestros, extorsiones, robos y otros delitos acechan día a día en el país a niños, mujeres, hombres, jóvenes, ancianos, indígenas, comerciantes, choferes, estudiantes, médicos, transeúntes, ricos, pobres, famosos, gente anónima y un largo etcétera en el que cabemos todos y cada uno de los mexicanos.
Las cifras no mienten, y los mismos datos oficiales dan cuenta de que en los últimos tres años más de 121 mil personas han sido asesinadas en el territorio nacional, lo que ha dejado una estela de sufrimiento y dolor para familias enteras.
La semana pasada sucedió un acontecimiento que conmocionó profundamente al país, el asesinato a sangre fría de un civil y dos sacerdotes pertenecientes a la Compañía de Jesús, quienes durante años atendieron a la comunidad tarahumara de Cerocahui, Chihuahua, en la que habitan indígenas en situación de marginalidad.
Un hombre que era perseguido por sujetos armados buscó refugio en el interior de una parroquia, muy seguramente con la idea de que quienes iban tras él no se atreverían a hacerle daño en una iglesia por ser un lugar sagrado y de respeto, sin embargo, sus verdugos no lo conciben así por lo que sin cortapisa le dieron alcance para quitarle la vida lo que también hicieron con dos sacerdotes que estaban en el templo en ese momento y una vez muertos no tuvieron reparo en llevarse los cuerpos, mismos que fueron rescatados después.
Este atroz evento lastimó profundamente a los mexicanos, no tan sólo por el certero crimen, sino porque queda claro que la delincuencia ha rebasado todos los límites al no frenarse ni siquiera con lo que representa la figura de un sacerdote que encierra lo más sagrado, una persona con autoridad y de respeto, valores entendidos en una sociedad independientemente de sus creencias religiosas.
Los mexicanos estamos hartos de vivir en la zozobra, de estar expuestos a caer en las garras de la delincuencia y que algún familiar, amigo, conocido o uno mismo sea lastimado, desaparecido o asesinado.
Hoy los ciudadanos alzamos la voz al unísono para exigir al presidente Andrés Manuel López Obrador que cambie su estrategia de seguridad, porque la actual no está funcionando, porque el hedor de la descomposición social es ya insoportable, porque la impunidad es inexplicable y lacerante, porque los mexicanos somos gente de bien y de paz y no podemos seguir a merced de la criminalidad.
“Los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos”, fue la frase lapidaria que el padre Javier Ávila dijo en la misa de cuerpo presente de sus dos compañeros sacerdotes asesinados en Chihuahua, y tiene razón, porque dar la otra mejilla no es sobajarse ante la injusticia, no es complacer mentes retorcidas que siembran muerte, no es dejar sin castigo a los delincuentes, ni es “hacerse de la vista gorda” y culpar al pasado, hoy toca resolver el problema y no deslindarse del mismo.
La obligación de las autoridades, de los tres niveles de gobierno, es prevenir y combatir la delincuencia, tarea pendiente que urge ser atendida dejando atrás protagonismos y banderas políticas. Por el contrario, es necesaria una verdadera coordinación y colaboración cuyo único interés debe centrarse en llevar tranquilidad y paz a cada hogar, a cada familia, a cada rincón del país.
La construcción de la paz también es tarea de los ciudadanos, quienes tenemos el deber de observar y exigir a las autoridades resultados, y además, desde nuestro ámbito particular como empresarios, trabajadores, feligreses, maestros, estudiantes, padres de familia, mujeres, hombres, jóvenes y adultos, trabajar en la reconstrucción del tejido social para sanear nuestro entorno, educar en valores y promover a la persona humana en todos los ambientes.
Los mexicanos somos solidarios y subsidiarios, valores que tenemos profundamente arraigados en nuestro ser y gracias a los cuales hemos construido una gran nación, hoy es momento de que las autoridades cambien de rumbo y que la sociedad no se rinda en buscar la justicia y la paz.
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