Hoy vivimos quizá el peor de los gobiernos de las últimas décadas, lo que no significa que sus antecesores –tres en especial: Fox, Calderón y Peña– hayan sido excelentes mandatarios.
Desde hace muchas décadas, antes de que los partidos se acabaran de corromper (al parecer siempre fueron corruptos), los analistas políticos distinguían dos personalidades diferentes en cada uno de los aspirantes a puestos de elección popular.
Así, era común identificar a quienes eran buenos candidatos, pero malos gobernantes, o buenos gobernantes, aunque malos candidatos Unos y otros llegaban a los cargos a que aspiraban, porque el voto contaba en realidad poco frente a los designios del Gran Tlatoani, el presidente en turno.
En tales circunstancias, encontrar malos candidatos que después serían malos gobernantes era sencillo. En cambio, encontrar buenos candidatos que serían después buenos gobernantes era y sigue siendo un reto enorme.
Se puede enunciar, a manera de ilustración de lo anterior, un representante de cada uno de los casos. José López Portillo fue un excelente candidato, pero tan mal gobernante que dejó al país en la bancarrota.
Adolfo Ruiz Cortines, a quienes algunos llamaban “el Viejito” a sus 62 años, cuando asumió la presidencia, no fue un buen candidato, pero sí un buen gobernante, que le dio al país estabilidad en una época bastante complicada.
De buenos candidatos que luego serían buenos gobernantes, tenemos pocos casos. Quizá uno rescatable sería Miguel Alemán Valdés, a quien tocó encarnar la transición de los gobiernos militares a los civiles y lo hizo sin perder simpatías.
Hoy vivimos quizá el peor de los gobiernos de las últimas décadas, lo que no significa que sus antecesores –tres en especial: Fox, Calderón y Peña– hayan sido excelentes mandatarios.
Vivimos un régimen encabezado por un gobernante que fue un excelente candidato, pero que no deja de serlo aún. Un hombre que no entiende la diferencia entre mandar y ejecutar un mandato. Que persiste en fomentar la división y en alentar el odio de los pobres, a quienes identifica con el pueblo bueno y sabio, con los que más tienen. Y no solo contra quienes han hecho dinero por malos conductos, que abundan, sino también contra quienes a fuerza de trabajo han progresado.
El actual presidente sigue los pasos de experimentos fracasados, que han acabado con los recursos (incluso los humanos) de Cuba, Venezuela, Perú, Nicaragua, Argentina… Modelos que no funcionaban para disminuir la pobreza, sino para disminuir la riqueza.
Las más recientes declaraciones del presidente de México dejan clara su visión: ser pobre es lo mejor: no te enfermas por viajar, no te secuestran, te regalan dádivas los gobernantes. Y bueno, si a eso se le agrega la determinación de no mentir, no robar y no traicionar, está salvado hasta del COVID-19, aunque en ese caso, lo mejor es no enfermarnos, López dixit.
Ojalá sus adoradores, alguno al menos, le hiciera ver que lleva año y medio en una silla histórica, de esas que usa para reparar cortinas, y que ya va siendo hora de gobernar. Aunque, bien mirado, no es que no lo sepa: es que ha preferido, como el excelente candidato que suele ser, dar principio a la carrera por perpetuar su proyecto.
La que tiene que despertar es la población votante.
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