Los migrantes son seres humanos como cualquiera de nosotros, con sueños y anhelos, miedos y deseos de una vida digna para ellos y sus familias. Podría parecer una obviedad, pero es necesario insistir en ello. Los migrantes son como tú o como yo.
Parte de la caravana de migrantes, principalmente hondureños, ha llegado a la Ciudad de México, punto clave en su largo periplo que iniciara el pasado 13 de octubre en la pequeña comunidad de San Pedro Sula, Honduras.
La caravana llega a la capital del país no sólo con los sufrimientos, cansancio y esperanza de miles de personas que buscan un mejor lugar para vivir, también viene cargada de simbolismos que vale la pena analizar con detenimiento.
Quizá el punto más relevante, y que por lo mismo ha generado más controversia, es el derecho humano que toda persona tiene para trasladarse a otro lugar. Por supuesto que esto debe realizarse con orden y apegado a la legalidad, pero no debería negarse la posibilidad de que una persona pueda entrar a otro país, máxime cuando vienen huyendo de la violencia, de la pobreza y de la falta de oportunidades.
En ese sentido es oportuno señalar que la solidaridad con el migrante necesitado siempre debería estar por encima de cualquier legislación.
La violencia y trato inhumano con que muchas veces padecen los inmigrantes al cruzar la frontera con Estados Unidos no dista mucho del trato que algunos migrantes centroamericanos viven al llegar a México. En ese sentido no debemos ser candil de la calle y oscuridad de la casa.
Llama la atención la más reciente encuesta de Mitofsky referente al tema migrante: el 51.4% de los mexicanos manifestó su apoyo y solidaridad con la caravana, mientras que 36.6% rechazó su presencia en México, un 14.8% se mostró indiferente o no supo qué contestar.
Otro factor que debe tomarse en cuenta es precisamente la pobreza o violencia que muchas personas viven en sus comunidades de origen. Lo ideal es que quien salga de su país lo haga por voluntad propia, no orillado por circunstancias extremas como lo es no poder cubrir sus necesidades básicas o por huir del crimen organizado.
El llamado a los gobiernos generadores de migrantes es muy fuerte. ¿Qué están haciendo en materia económica, política y social para que sus habitantes quieran salir del país, aun con el riesgo de hacerlo en condiciones a veces infrahumanas?
El llamado de atención para estas naciones no puede pasar desapercibido y amerita un sincero examen de conciencia, su población así lo demanda y lo requiere.
No sobra recordar también que los migrantes son seres humanos como cualquiera de nosotros, con sueños y anhelos, miedos y deseos de una vida digna para ellos y sus familias. Podría parecer una obviedad, pero es necesario insistir en ello. Los migrantes son como tú o como yo.
El escuchar cifras de miles de personas recorriendo miles de kilómetros para llegar a su objetivo quizá nos haga perder la perspectiva de que cada uno de ellos es una historia. El estar inmersos en un sinfín de noticias con sesudos análisis políticos y económicos sobre la situación de los migrantes, puede hacernos olvidar que ellos no son cifras ni números, son una realidad que golpea a nuestra puerta, que nos enfrenta a nuestra propia condición de seres humanos frágiles y con deseos de algo mejor.
Nada cobra entonces más sentido que, desde nuestra propia realidad y posibilidad, hacer nuestra esa cultura del encuentro hacia nuestros hermanos migrantes.
El recibimiento que la Ciudad de México está dando a cientos de integrantes de la caravana que arriban a la capital es un ejemplo de ello. Atención médica, orientación jurídica, alimentación, actividades lúdicas y recreativas para los niños migrantes, son muestra del rostro humano y solidario que debemos procurar para nuestros semejantes.
Parafraseando a Chesterton: “La idea que no trata de convertirse en palabra es una mala idea, y la palabra que no trata de convertirse en acción es una mala palabra”. Quizá sea un buen momento para hacer vida todas esas ideas y palabras referentes a la solidaridad que tantas veces hemos tenido y dicho.