López Obrador ha dicho que quien no está con él y con la llamada “cuarta transformación” está contra ambos. Y a quien está contra él, hay que destruirlo.
En el marco de un profundo divisionismo ciudadano, instigado desde las más altas esferas del poder sin más herramientas que la descalificación de los opositores al régimen y la esgrima de mentiras, medias verdades y distorsiones, arrancó el lunes la campaña rumbo a la jornada electoral del 6 de junio.
Es lamentable, por lo que implica, que la lucha por conseguir el favor de los votantes no esté basada en la oferta de planes, proyectos o esfuerzos propios de cada partido político para impulsar el desarrollo del país, sino en la intención de controlar a toda costa las decisiones que se tomen en el Congreso de la Unión.
Pero la campaña electoral, que oficialmente arrancó hace un par de días, empezó en realidad el 1 de diciembre de 2018 y se refrenda cada día desde el púlpito de ese personaje tan, pero tan humilde y sencillo que, en vez de ocupar la residencia oficial de Los Pinos, decidió mudarse a un palacio porfiriano. Un palacio donde sí caben su ego, su terquedad y su soberbia.
Desde ahí, mañana tras mañana, con la comparsa consciente o estúpida de todos los medios de comunicación que difunden sus exabruptos, arremete un día sí y al siguiente también contra todo lo que se le opone y acusa de promover la oposición a quienes le antecedieron. A los exfuncionarios, a los Estados Unidos, a los “adversarios”, a los “conservadores”…
En esa andanada de ataques cotidianos han sido agredidos desde integrantes de los poderes Legislativo y Judicial hasta titulares y funcionarios de los organismos autónomos creados por los mexicanos para evitar la concentración del poder.
Es el caso del Instituto Nacional Electoral, blanco prioritario en esta etapa del calendario político, porque está claro que, en la contienda del 6 de junio, si no se le debilita o se le desarticula, el INE será un árbitro imparcial que valide lo que cada vez apunta con más claridad a ser un triunfo de quienes quieren hacer contrapeso al Ejecutivo.
Eso es precisamente lo que se trata de evitar desde el Ejecutivo: la imparcialidad. Ya ha dicho el mesiánico inquilino de Palacio que quien no está con él y con la llamada “cuarta transformación” está contra ambos. Y a quien está contra él, hay que destruirlo.
Con esta etapa de campaña, llega la ocasión para que los partidos cuya propuesta es diferente a la del partido en el poder, demuestren que son capaces de actuar de modo estratégico y coordinado, en lugar de pelearse los trozos de un pastel que ni siquiera se ha cocinado.
La campaña permitirá ver, por una parte, si la ceguera de los incondicionales del régimen se atenúa o se acentúa, y por la otra, si quienes tienen claro su papel como promotores del bien común desde los partidos políticos, son capaces de actuar con inteligencia y visión de futuro, o caen en la trampa de vendarse los ojos a sí mismos.
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