Ante la autocracia, ¿sólo quedan las calles?

El domingo 1 de septiembre ocurrió un hecho relevante, pues por primera vez en el sexenio los estudiantes de diversas de escuelas de Derecho salieron a marchar en protesta por la inminente aprobación de la Reforma al Poder Judicial, que más que reformar borra la principal razón de ser de este cuerpo que es impartir justica de manera imparcial. El hecho es inédito también porque el destino final de la misma fue el Senado, reconociendo así lo que los mismos legisladores quieren negar: son un poder autónomo que debe cumplir con su función de elaborar leyes que protejan los derechos y libertades de todos; así como aquellas que abonen al mejoramiento de la república como forma de gobierno.

La marcha principal fue en Ciudad de México; pero fue replicada en varias ciudades de la República, y a ella se unieron muchos integrantes del poder judicial incluyendo a exministros reconocidos por su paso por la Suprema Corte. Al llamado también acudieron muchos ciudadanos convencidos de que la lucha por las libertades y la preservación de la democracia debe seguir incluso ante el más oscuro de los panoramas. Cabe destacar que, a diferencia de otras muchas manifestaciones similares, esta no fue multitudinaria pero el cambio demográfico pesa mucho: estaba dominada por jóvenes. 

Este aspecto es relevante porque eso le daba una espontaneidad y frescura propias que se evidenció desde el tipo de porras, la variedad de carteles, la energía de los gritos; pero sobre todo porque los jóvenes, salvo excepciones, en su conjunto suelen ser el grupo más distante de los intereses políticos —se sabe que son los que menos votan—. Sin embargo, los estudiantes de Derecho, nuevamente salvo excepciones, tienen un interés más en la justicia y la ley que en la política, por eso la intención clara de politizar la justicia —que es una manera “suave” de plantear lo que se quiere con esta reforma— les ha resonado mucho más y los ha movido a la acción, y según anunciaron el domingo era la primera de otras muchas actividades de toda índole que emprenderán.

En el marco del cierre de sexenio que ya sin ambages se encamina a la autarquía, bajo un modelo parecido al del pasado, conviene cuestionarse si estas acciones tendrán algún efecto. Para empezar, al haberse realizado al mismo tiempo que el sexto informe presidencial propició un contraste entre la libertad y espontaneidad de los asistentes y la rigidez de las sillas y los camiones de acarreados al Zócalo sellado con dispositivos de seguridad. En segundo lugar, se debe resaltar que los jóvenes en nuestro país cuando llegaban a las calles eran movidos por la izquierda —término que en el espectro actual cada vez es más difícil de definir— y en esta ocasión sus peticiones no caen en ese registro sino en el de la preocupación por la corrupción de la impartición de la justicia y la inquietud por la pérdida de los contrapesos instituciones y los mecanismos de protección ciudadana como el amparo. En tercer lugar, si bien la reforma está muy avanzada, cabe destacar que la misma presencia de ciudadanos en las calles en esta marcha como en todas las anteriores resulta muy significativa porque no era algo común en el país de manera tan contundente como se dio en este sexenio.

Ante la aparente inutilidad de estas formas de expresar el desacuerdo y, sobre todo, porque los resultados electorales sumandos a las traiciones que han vulnerado el delgado muro que sí se logró ganar, nos presentan la tentación de bajar la cabeza derrotados. Pero al contrario, debemos seguir en las calles, y no sólo en las calles, en las redes sociales, en las asociaciones cívicas, en los mismos partidos —aunque sea sólo para recordarles sus traiciones— ; pero con mayor empeño en los círculos más cercanos de la familia, los amigos, el entorno laboral y ampliarnos a trabajar con los más necesitados —que seguirán todavía más necesitados a pesar de las promesas— para impedir que el conformismo y la resignación se apoderen de nosotros; para recordar que acostumbrarse al desabasto, a la mala calidad, al maltrato, a la inseguridad, al cobro de piso, a las dádivas no está bien, no es el camino y sí hay opciones porque hemos vivido y mejor, más importante, porque podemos vivir mejor.

Evidentemente enfrentarnos a la autocracia no será un camino fácil ni tampoco uno de resultados inmediatos; pero sí es el camino de la dignidad, el honor y el futuro de nuestro país.

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*Las opiniones vertidas en este artículo son responsabilidad del autor

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