Al citar a Francisco, AMLO utiliza un oportunista discurso político, que toca fibras tan sensibles como el credo religioso mayoritario en el país, para justificar mentiras, errores y perversidades.
Que se sepa, el papa Francisco no ha hablado de adversarios de la Iglesia ni de Cristo, cuando se refiere al plan de Dios y al llamado de Jesús a unirnos y a optar por los pobres.
Que se sepa, los exhortos del jefe de la Iglesia Católica no incluyen una actitud mesiánica, ni de descalificación al resto de los humanos, cuando habla de cuidar y proteger a quienes menos tienen.
Al contrario, es desde su posición de guía espiritual de millones de personas, desde donde invita a todos, creyentes y no creyentes, a optar por los pobres. Una opción, por cierto, que apunta a los que menos tienen, sí, pero también a los menos engreídos y soberbios.
A la vista de esa realidad, no deja de parecer perverso, manipulador, sesgado y tramposo el hecho de que el presidente de México use un tuit del papa Francisco como punto de partida para legitimar sus programas, supuestamente destinados a favorecer a los desposeídos, y para reforzar sus llamados a trabajar juntos.
No hay forma de creer que las palabras del presidente son sinceras. No cuando detrás de la cita al jefe de la catolicidad está el desprecio por quienes, con su trabajo y su esfuerzo, se han ganado una posición mejor, ni cuando los ingredientes del discurso presidencial son el divisionismo, el rencor, la sospecha, la descalificación y el egocentrismo. Factores todos que no podrían estar más lejos del espíritu de Francisco.
Estamos, como queda claro, ante un ejemplo más del oportunista discurso político, que toca fibras tan sensibles como el credo religioso mayoritario en el país, para justificar mentiras, errores y perversidades.
Es un caso parecido a aquel en que el mismo personaje se lanzó como candidato a gobernar la capital del país, sin tener derecho a ello. A fuerza de “denunciar” que le querían impedir postularse, logró saltarse la ley, y con el apoyo visceral de sus incondicionales, se lanzó y ganó. Sin tener derecho a contender, ganó. Aquel nunca fue un triunfo legítimo.
Hoy se escuda tras la opción por los pobres promulgada por el papa, pero hace de lado intencionalmente la principal definición que el propio Jesús hace de ellos: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Nótese: de los pobres de espíritu. Y también: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre al cielo. Eso es más difícil. No imposible.
Pero al margen de esas definiciones, lo que no merece este país es la perversidad, la truculencia con la que un lobo manipula las palabras de un hombre dedicado en cuerpo y alma a luchar por la bondad de las personas, para disfrazarse de oveja.
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