El domingo pasado la Iglesia y sus fieles conmemoraron la Resurrección del Señor, que es la fiesta entre las fiestas para los católicos, pues recuerda el pilar más importante de la fe: Cristo ha resucitado y que habiendo vencido a la muerte, ha asegurado el triunfo sobre el pecado para siempre.
Esa certeza corre el riesgo de olvidarse en el contexto actual tan lleno de violencia, desesperanza y confusión, por eso es vital no sólo recordar las fechas, sino vivirlas conforme a lo que son motivo de alegría, renovación, amor y esperanza. Es a lo que apela el papa Francisco en su mensaje del mismo domingo en la tradicional bendición Urbi et Orbe. El papa nos recuerda que ese que fue el día más importante de la historia, pues cambió nuestro destino en esta tierra pero sobre todo para la Eternidad.
Además, repasa los diferentes relatos de las primeras manifestaciones de Jesús resucitado a María Magdalena y otras mujeres, a los discípulos de Emaús y a Juan y Pedro. En todas resalta la profunda alegría del reencuentro con el que creían muerto y el impulso a difundir la buena nueva de la Resurrección. El papa nos invita a ser también pregoneros de esa certeza a nuestros hermanos, y nos recuerda una verdad fundamental que el trajín de la actualidad podemos olvidar que Cristo es el Señor del tiempo y de la historia.
El papa nos invita a vivir la Resurrección del Señor en el mundo actual apresurándonos a “superar los conflictos y las divisiones”. Mensaje que resuena con un especial imperativo entre los mexicanos que desde hace unos años nos hemos dejado tentar por ideas de separación, adoptando posiciones casi irreconciliables por cuestiones políticas, sociales y personales. Sería deseable que bajo el impulso de la alegría de la Resurrección diéramos un paso adelante para comenzar a tender puentes entre las facciones y buscar limar las asperezas entre los que parecen rivales irreconciliables porque la historia ha demostrado que cuando nos hemos alejado unos de otros nos hemos desviado del camino del desarrollo y el progreso en todos los aspectos.
El papa no pierde de vista las amenazas a la paz que hay en distintos lugares donde la violencia, el abuso y la guerra están presentes, en nuestro propio país vemos signos parecidos que nos generan miedo e incertidumbre. A partir de esa realidad que parece oscura el papa nos recuerda que Jesús estaba muerto y ha resucitado, y con la fuerza de esa realidad trascendente es que debemos enfocar nuestro vivir y nuestro ser.
Es cierto que el tejido social está profundamente lastimado por la desintegración familiar y la confusión en los valores, lo que ha facilitado la creciente presencia del crimen organizado que desgarra todavía más ese mismo tejido; pero no es menos cierto que la indiferencia y la tentación de cerrar los ojos a esas terribles realidades parece ganar terreno día a día. Por ello, es necesario aceptar la invitación del papa para reencontrarnos con nuestros hermanos en los refugiados, los deportados, los prisioneros políticos, los migrantes, los hambrientos, los pobres y los que sufren los “nefastos efectos del narcotráfico, la trata de personas y toda forma de esclavitud”.
El mensaje del papa es general, pero a la vez es a cada uno de nosotros que nos dice con claridad: “Hermanos, hermanas, encontremos también nosotros el gusto del camino, aceleremos el latido de la esperanza, saboreemos la belleza del cielo. Obtengamos hoy la fuerza para perseverar en el bien, hacia el encuentro del Bien que no defrauda”.
El mensaje personal es importante porque tendemos a imaginar a las familias, las comunidades, y hasta las naciones como entes abstractos y solemos perder de vista que cada una de ellas está formada en la realidad por multitud de individuos únicos e irrepetibles y lo que cada uno aporta a invaluable e insustituible. Además, en el mundo moderno, tendemos a sobreestimar el poder de los medios de comunicación y de las redes sociales y a subestimar la fuerza que el anuncio de uno a uno tiene para conmover los corazones.
Llevemos pues el mensaje de Cristo de uno a uno a los que están cerca de nosotros, sin importar si lo creen lo no en este momento, sembremos nuevamente nuestra familia, nuestra colonia, nuestra ciudad y nuestro país con la fuerza de la esperanza y la paz de amor que brota de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
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