Este año que está a punto de terminar pasará a la historia, no por las razones esperanzadoras que se tenían en su inicio de que el resultado de las elecciones permitiría recuperar el rumbo del país, pues pasó lo contrario, y desde entonces han ocurrido acontecimientos que tendrán resonancia en el futuro tanto inmediato como a largo plazo marcando históricamente el devenir del país. Sin embargo, ese panorama, que no es precisamente el deseado por muchos, no debe ser motivo para perder las ganas de seguir adelante en el camino de México.
El resultado de las elecciones presidenciales no fue el esperado, al contrario, la brecha fue mucho más amplia de lo que cualquiera hubiera esperado. Y sin duda lo más doloroso para aquellos que no apostamos por la continuidad de Morena no fue el resultado en sí, sino el entendimiento (algunos todavía no lo digieren) de que una mayoría significativa en todos los niveles sociales no sólo no percibieron el peligro que un régimen autocrático nos trae; sino que valoraron con exceso de optimismo los pocos logros que el gobierno ha tenido. La inmediatez y lo concreto se impusieron, y el error de toda la oposición (partidaria, ciudadana, empresarial) al no entenderlo contribuyó a que esa brecha se ampliara en lugar de cerrarse.
Aunque cueste verlo como motivo de esperanza, lo será si todos los que queremos que este país tenga otro futuro, comenzamos a entrar en contacto real con esa percepción; pero sobre todo con los individuos que se sí se sienten tocados por el discurso gubernamental; porque lo que viene ahora es que esos mismos individuos perciban ahora sí todo lo negativo en sus propias vidas. Es decir, el bono de esperanza de Morena tiene fecha de expiración porque el margen de “bondad” del aumento de salario, del aumento de los días de vacaciones, de las becas generalizadas, y otras bondades no resistirán por mucho las carencias en el sistema de salud (que no se recuperará en el corto ni el mediano plazo), ni el crecimiento de la inseguridad (los pactos anteriores están en declive y la presión de Estados Unidos cambia el sistema de equilibrios), ni la desaparición de los ahorros del INFONAVIT o la Afore que los trabajadores sí han visto (eso es concreto), ni el declive de los derechos humanos, ni una contracción económica que barrerá con cualquier margen de ventaja que una beca o un aumento salaria haya tenido. En otras palabras, si hubo factores concreto percibidos como beneficio, también habrá la percepción de daños concretos y entonces se podrá entender que este régimen los engañó.
En otro renglón están los resultados de las elecciones para diputados y senadores, porque ahí el triunfo no fue apabullante, fue marginal y si se perdió el equilibrio que había sido posible mantener, fue por la traición, la manipulación y las más bajas mañas del sistema en las Cámaras, en el INE y el Tribunal Electoral. Esto sin duda ha resultado en una erosión significativa de la fe en los partidos políticos, en el mismo sistema electoral y en aquellos que se postulan a un puesto jurando que no traicionarán a sus votantes. La crisis en la democracia que enfrentaremos de ahora en adelante será todavía más grave por los partidos de oposición y su disolución como opción real. No obstante, el camino de los ciudadanos como factor de incidencia queda nuevamente abierto. Hay que recordar que los cambios políticos de finales del siglo pasado fueron hechos por la presión conjunta de ciudadanos y aceptar que el olvido de ese compromiso fue, en parte, lo que nos trajo a esta nueva versión del régimen autocrático que ya habíamos derrotado antes. Claro, habrá que encontrar formas nuevas para reinventar nuestro pacto democrático; pero ahí está la esperanza de refundar con creatividad, sobre el conocimiento de lo que alguna vez ya logramos.
Ese refundar, cuando se dé, será casi sobre tabla rasa porque la destrucción de los órganos autónomos, de la división de poderes, pero sobre todo del Poder Judicial nos tienen en un escenario que sí bien recuerda al pasado autocrático más oscuro del siglo pasado, será todavía peor en lo inmediato. La elección del Poder Judicial fracasará no sólo en su realización, sino en que la impartición de justicia se traducirá en el mayor retraso, ineptitud y corrupción de la historia nacional, lo que eventualmente dará la oportunidad de una recuperación que, si aprendemos todas las lecciones, abonará a instituciones más al servicio de los individuos concretos, más fuertes en sus bases, más ciudadanas y menos políticas.
Finalmente, la lección más importante que este año nos puede dejar es que el camino de la construcción del Bien Común puede tener curvas que nos hagan descender a simas oscuras; pero que ese camino sigue y, entre más pronto recuperemos la convicción de que vale la pena seguirlo recorriendo y construyendo, más pronto encontraremos la luz y la esperanza para hacerlo por zonas menos abruptas, y con más beneficios para cada uno de los mexicanos.
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