El 2021 puede ser el año de la esperanza, pero que esa esperanza se haga realidad depende más de lo que nosotros hagamos para poner en práctica lo que hemos aprendido en 2020.
Quizá en este arranque de año, aunque no nos lo propongamos, somos más cautos que al inicio de otros ciclos anuales. Es explicable. Los estragos causados por el coronavirus nos han hecho recelosos, precavidos y, en algunos casos, negativos en exceso.
Por otra parte, hay quienes suponen, de entrada y porque más que suponer lo esperan, que 2021 será el año del retorno a la normalidad en las vidas de todos; esperanza que se fortalece con la cercanía, o pretendida cercanía, de una vacuna que nos proteja de la calamidad del siglo XXI.
No son pocos los que esperan volver cien por ciento a la situación anterior a la pandemia: libre acceso sin riesgos a todos los sitios, relajamiento de las normas de cuidado y sanidad, aglomeraciones en playas, antros y centros comerciales, fiestas tumultuarias y espectáculos públicos sin controles sanitarios… pero no, nada de eso será igual.
Quienes así lo esperan, se engañan a sí mismos, porque el coronavirus marcará, ya está marcando, un antes y un después. Dos maneras diferentes de vivir, tan diferentes como la de antes de la Revolución Industrial y la posterior, o la de antes de la internet y la actual.
Por eso, lo más recomendable es pensar con sensatez, asumir que es necesaria una reinvención de todo: las relaciones sociales, el accionar de las empresas, la convivencia y la familiaridad, el acceso a las diversiones personalmente y en grupo… todo, todo estará influido por este fenómeno.
¿Por qué no sacar provecho de las enseñanzas derivadas de este largo encierro, de la crisis y el repunte de la pandemia, en vez de esperar pacientemente que todo sea otra vez como antes, lo cual no ocurrirá?
¿Por qué no convertirnos en un pueblo permanentemente solidario, y no solo con solidaridad de ocasión, como lo somos en los sismos, por ejemplo?
¿Por qué no fomentar la creatividad, esa que nos hemos visto forzados a alentar desde el encierro, para mantener vivos los lazos en la familia, para resolver los retos del trabajo?
Finalmente, una vez aprendido que antes de la pandemia nos perdimos demasiado tiempo al relegar la reacción familiar y poner por delante el trabajo, ¿por qué no decidirnos a revisar nuestra escala de prioridades y dar a cada tema el sitio que en realidad le corresponde?
Sí, es verdad, 2021 puede ser el año de la esperanza, pero que esa esperanza se haga realidad depende más de lo que nosotros hagamos para poner en práctica lo que hemos aprendido en 2020, que de que las cosas retornen al estado que tenían en 2019. Porque, por cierto, eso último no ocurrirá.
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