En Roma hay una iglesia construida sobre la llamada “Ara primogeniti Dei” o “altar del Primogénito de Dios”. Es un lugar donde el emperador Octavio Augusto habría tenido una visión, en la cual se le apareció una doncella sobre un altar con un niño en brazos y le dijo: “Ecce ara primogeniti Dei”. El César no lo sabía, pero ya gobernaba en una nueva era, y quedó tan impresionado con esa imagen, que mandó construir un altar en ese lugar. Al paso de los siglos, y cuando el cristianismo dejó de ser ilegal, se puso una basílica en ese sitio con el nombre “Altar del Cielo”.
Cuando el emperador tuvo esa extraña visión, era el año 1 de nuestra era; es entonces cuando en una lejana provincia del imperio romano, en Judea, un Niño está por nacer; un niño que será llamado Príncipe de la Paz; coincidiendo con la “pax romana” que se vivía en el imperio de aquel entonces.
Octavio Augusto tomó su nombre del verbo latino “augeo” que significa aumentar, ya que era un político que había logrado concentrar en su persona “todos los poderes”, el cónsul, el censor, el tribuno, el príncipe del senado, y; por supuesto, el jefe máximo de las legiones militares. Augusto era el hombre más poderoso del mundo occidental, al punto tal que, el Senado, decidió concederle el título de divus es decir, “dios”; pero el emperador se opuso. Y para tener mayor certeza de su decisión, pensó consultar a una sibila, una pitonisa, que era conocida así por su sabiduría y don de profecía.
Augusto consultó a la sibila de Tibur (hoy Tívoli, a unos 40 km. de Roma). Tomándose unos días de riguroso ayuno e invocando a los dioses, al cabo de tres días la sibila se dirigió hacia Augusto y le narró algo extraordinario:
“Emperador, esto es lo que ocurrirá: Del cielo vendrá un rey para los siglos futuros, aunque hecho hombre, para juzgar al mundo.
“De improviso el cielo se abrió y un esplendor grandísimo inundó todo. Se vio en el cielo una virgen bellísima con los pies sobre un altar con un niño entre los brazos. (Augusto) se maravilló en extremo y escuchó una voz que decía: ‘Esta es el ara del hijo de Dios’. Entonces postrándose en tierra lo adoró. Luego contó esta visión a los senadores que mucho se maravillaron. Esta visión ocurrió en la habitación del emperador Augusto, donde ahora está la iglesia de Santa María en el Capitolio. Por esta razón, la iglesia de Santa María se denominó Altar del cielo”.
Este episodio es narrado por Lactancio, un escritor latino del año 240 d.C. y aparece también en el libro Mirabilia Urbis Romae (Maravillas de la ciudad de Roma), un texto medieval escrito en latín, que recopila las tradiciones de la ciudad eterna.
Así es cómo en aquella época de paz y prosperidad del imperio romano, el emperador más poderoso de su época narró a los senadores aquella visión del cielo, que con el paso de los años unió a la filosofía griega, al derecho romano y a la ética cristiana, para dar paso a una nueva era en occidente; y de esa nueva tradición global, surgieron obras grandiosas de arte, en donde la fe se hizo cultura. Desde entonces, el mundo recuerda cada año la historia de aquel niño que vino al mundo y partió la historia en dos, uniendo la fe y la esperanza, la alegría de compartir y perdonar, y así surgió la Navidad.
Ahora nos tocó escarbar en la historia más narrada de nuestro mundo; y qué, como toda gran historia, siempre nos moverá el corazón.
Nota: Esta narración se la escuché al padre Javier Olivera Ravasi en youtube, en plena pandemia, y me causó gran emoción y esperanza.
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