El 2020 es una oportunidad de propósitos concretos para comenzar una transformación que inicie en nuestro corazón para que se refleje y haga vida en nuestra familia.
El 2019 llega a su fin y a pesar de haber sido un año sumamente difícil y lleno de conflictos, vivimos sus últimos días con la ilusión que casi a todos nos produce la llegada de la Navidad y la proximidad de un nuevo año, que renueva nuestras esperanzas y los deseos de iniciar junto con el calendario, una nueva etapa de oportunidades, retos y logros.
En estas fechas nos olvidamos un poco de la política y los políticos, de la crisis económica y de la situación social que padecemos; y aunque sabemos que en el 2020 será difícil transformar nuestra realidad con respecto a la pobreza, la inseguridad, la violencia, los feminicidios, el narcotráfico y la corrupción; el ambiente del frío pero cálido diciembre nos invita a detenernos por un momento y hacer una profunda reflexión.
Podemos hacer como cada año una lista de propósitos y metas personales que corre el riesgo de quedar olvidada cuando la rutina se adueñe de nuestras vidas, o bien en esta nueva década hacer un alto en el camino e iniciar una ruta diferente que nos permita mejorar en lo propio y construir en beneficio de los demás, aportando nuestro esfuerzo en lo que es trascendente.
No se trata de obras espectaculares que de tajo derriben ideologías, transformen gobiernos y legisladores, restablezcan los verdaderos Derechos Humanos, y hagan prevalecer a los “buenos sobre los malos”.
Más bien me refiero a ser como la gota de agua que a fuerza de ser precisa y constante en su caída, va transformando de manera definitiva a la dura roca. Me refiero a salir de una vez por todas del “Club de nosotros los buenos” para amar sin juzgar, ser sin alardear y trabajar sin claudicar.
Cambiar primero nuestro interior para poder ver a los demás con ojos de misericordia. Construir en nuestro entorno, comenzando con la propia familia que es donde inicia la formación, viviendo los valores que definen a las diferentes comunidades.
Detrás de cada persona hay una historia familiar que con sus aciertos o desaciertos marcó su futuro, y no es ajena a la familia la descomposición social que ha transformado la cara de nuestro país, por el contrario, es en ésta donde ha iniciado su deterioro.
Los esfuerzos para solucionar los problemas que nos aquejan, han sido insuficientes o poco efectivos porque no se le ha dado a la familia el apoyo ni el papel preponderante que le corresponde para enfrentarlos.
Así que el 2020 es una oportunidad de propósitos concretos para comenzar una transformación que inicie en nuestro corazón para que se refleje y haga vida en nuestra familia. No se trata de esperar las condiciones apropiadas, sino de construirlas educando a las nuevas generaciones en los valores y virtudes necesarias para “ahogar el mal en abundancia de bien”
Es en el seno de las familias donde surgirán los líderes, los pensadores, los políticos, y los hombres de bien que tanto necesitamos. Es desde nuestra familia en donde podemos asumir las palabras del papa Francisco: “La misericordia es un camino que parte del corazón y llega a las manos, es decir, a las obras de misericordia”, transformando nuestro entorno no solo con la denuncia, sino con la acción y la misma constancia con que la gota de agua modela la roca.
Dios se hizo Niño para salvarnos, pero quiso una familia para disfrutar de los brazos de una Madre, de la protección de un padre y del calor de un hogar; y desde ahí inició la misión que transformó a la humanidad.
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