No queremos un México de papel. Queremos un México firme en la verdad y en la búsqueda del bien común.
Este fin de semana terminé de ver la serie La casa de papel, que tanto éxito tuvo en Netflix. No soy ninguna experta en la materia, pero la trama, desde el primer capítulo, te atrapa y te va llevando a sentir una enorme simpatía por un grupo de delincuentes muy bien organizados. Sus problemas de personalidad, sus pasados delictivos, sus métodos para someter a los prisioneros, todo, absolutamente todo queda nublado ante su singular osadía y la unidad y compañerismo que mantienen por el objetivo de consumar un robo perfecto. Durante todos los capítulos los que tradicionalmente hacen el papel de “los buenos” son los malos, la policía es inepta, los personajes que representan a la autoridad tienen una actitud que resulta antipática, chocante y son ridiculizados con las inteligentes acciones del jefe de la banda.
Para la tercera parte cuando vuelven a entrar en acción para perpetrar un nuevo robo, hay toda una multitud rodeándolos que los apoya, los anima y los imita portando igual que ellos máscaras de Dalí, enfrentando y denostando a la policía y al ejército que intenta cumplir con su deber.
Aunque la serie es española y ya ha pasado tiempo de su lanzamiento, en las tiendas departamentales de México aún se siguen vendiendo las playeras que identifican a quienes la portan, como simpatizantes de le exitosa serie. Y es que La casa de papel es solamente un muy buen ejemplo de los cientos de series y películas que se están produciendo en todo el mundo y que están a nuestro alcance, y al alcance también de jóvenes y niños en el momento que se quiera. No existe ya aquella lógica de que “ganan los buenos” y los buenos son aquellos que defienden la ley y la verdad.
Vivimos en un mundo en que impera el relativismo, en el que los valores, la ética y los derechos humanos son manoseados y operados según los intereses económicos y políticos; existen grandes movimientos a favor de las drogas, del aborto, de la eutanasia, del atropello al derecho de los padres de familia para la educación de sus hijos, de la libre “elección” de sexo, etcétera. ¿Por qué habría de sorprendernos que una serie ponga como héroes a los ladrones cuando se pueden manipular las leyes y construir ideologías para justificar el asesinato de los más débiles matizándolo para que parezca la más “compasiva” de las soluciones?
Los medios de comunicación se utilizan cotidianamente para influir en la opinión pública e inclinar la balanza de la justicia, mostrándonos como “humano” y necesario lo que en la realidad es injusto, presentando la verdad como una opción y una visión relativa dependiente de la cultura.
Ciertamente hay una crisis mundial y México no es la excepción, vivimos tiempos sumamente difíciles en que se amenazan los valores más arraigados de los mexicanos.
La resistencia con la que se topó el gobierno de Calles para hacer de México un país socialista, provenía de la solidez de la fe, de la fuerzo de la familia y de la unidad de un pueblo decidido a defender sus principios. Hoy esas fuerzas: la fe, la institución familiar y la unidad del pueblo mexicano se ven menguadas y continuamente amenazadas.
Además del clima de violencia e inseguridad que ha puesto a México en la lista de uno de los países más peligrosos del mundo, hoy tenemos un gobierno que pareciera que está haciendo su propio libreto de La casa de papel.
En esta versión es el presidente el que clasifica a los ciudadanos: “los buenos” son los que ni estudian ni trabajan, los que se cubren la cara para vandalizar la ciudad, los que agreden a la policía, a la guardia nacional y a los ciudadanos, los que secuestran autobuses y a sus choferes, los que paralizan la educación en los estados y marchan y acampan en la ciudad destruyendo lo que está a su paso, las que pintan los más emblemáticos monumentos nacionales, los que paralizan la ciudad y se adueñan de las vías públicas.
Como premio a sus acciones, los ninis reciben una ayuda económica del gobierno, a los anarquistas se les ponen vallas de gendarmes para que nadie los importune mientras hacen destrozos, a los normalistas se les conceden plazas de maestros sin importar sus aptitudes ni méritos académicos, a las feministas se les piden disculpas y no se les finca responsabilidad alguna por los desastres y agresiones que provocaron, a los líderes sindicales y pseudo maestros de la CNTE se les da la razón, se les otorga todo lo que piden, se les empodera pidiéndoles disculpas y se echa para atrás la reforma educativa.
Los ciudadanos “malos” somos todos los demás; los que disentimos de las opiniones y acciones del presidente, los que sí estudiamos y sí trabajamos, las organizaciones civiles, la iniciativa privada, los que nos organizamos intentando aportar a la construcción de un mejor México, los que queremos que la educación sea la prioridad y no un instrumento de manipulación política, en fin, los que nos salimos de su esquema manipulador y reducido.
En fin, en “nuestra casa de papel”, la palabra moral se ha prostituido; un político puede ser corrupto o no, según la percepción y “confianza” que le tenga nuestro primer mandatario, una persona, una acción social puede ser buena o mala según su particular óptica y sus intereses.
Los padres de familia de hoy viven y educan entre el desconcierto que provoca el relativismo, mientras que niños y jóvenes se han convertido en protagonistas y víctimas de una generación confundida por las ideologías, la influencia de los medios de comunicación, uno de los peores sistemas educativos a nivel mundial y un gobierno que no les garantiza un mejor futuro.
No obstante toda esta escalofriante realidad, el bien y el mal existen y permanecen a pesar del cristal con que se miren.
Nosotros “los malos” sabemos que solo con el impulso de la familia, la unidad que produce el orgullo de sabernos mexicanos y la fuerza de nuestra fe en Dios y en México, podremos superar la adversidad y cambiar el futuro de nuestra nación recuperando la paz. Educar en lo cotidiano desde el hogar para que los hijos sean mejores personas y más felices y sean agentes y transmisores de paz en sus escuelas; educar en las escuelas más allá de los programas de estudio, con una visión humanista y ética formando a los constructores del mañana; organizar a las comunidades para promover actividades que estimulen el deporte y la cultura. Cualquier iniciativa, por pequeña que parezca, es necesaria e importante para “ahogar el mal en abundancia de bien”.
No queremos un México de papel. Queremos un México firme en la verdad y en la búsqueda del bien común, recordemos en estos momentos difíciles que “en el cielo su eterno destino por el dedo de Dios se escribió”.
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