El desencanto del mito del progreso científico

¿No acaso el desarrollo de la física y de la química necesitaba una regulación ética?



El siglo XX fue testigo de un grandioso desarrollo científico y tecnológico en donde las disciplinas como la física, la química y la biología adquirieron no sólo grandes avances a nivel cognitivo, sino también un gran impacto en la modificación de la naturaleza por medio de la tecnología.

Como ejemplo de lo anterior se tiene la implementación de la energía nuclear. En efecto, en el campo de la física la muy conocida fórmula de Albert Einstein: E=mc2, proponía que la masa de determinados cuerpos –como el uranio y el plutonio– podría convertirse en grandes cantidades de energía.

En las primeras décadas del pasado siglo XX, según la fórmula de Einstein, se proyectaba a nivel teórico la posibilidad de producir un nuevo tipo de energía denominada atómica, posibilidad que se buscó hacer realidad durante la Segunda Guerra Mundial por las partes en conflicto, para no sólo ganar tal contienda, sino para obtener una supremacía en la posguerra.

Como es bien conocido, en los años 40, tanto la Alemania nazi como los aliados encabezados por Estados Unidos se dieron a la tarea de crear un dispositivo que hiciese realidad la energía nuclear, es decir, producir una bomba nuclear. En julio de 1945 Estados Unidos ensayó con éxito un dispositivo atómico y, como la Alemania nazi ya se había rendido en mayo de ese mismo año, decidió implementar militarmente la bomba en contra de Japón en agosto de 1945.

El término definitivo de la Segunda Guerra Mundial quedó ligado al conocimiento público de la energía atómica como un arma militar; pero no sólo eso, sino que el escenario de la posguerra se tradujo en la famosa “Guerra fría”.

La “Guerra fría” quedó profundamente marcada por el posible uso de la energía nuclear, de ahí su adjetivación de “fría”. Estados Unidos y la ya desaparecida Unión Soviética mantuvieron en su disputa una situación de enfrentamiento, pero sin llegar a un encuentro militar, pues en tal caso el uso de energía nuclear tendría consecuencias nefastas a nivel mundial. El escenario de una posible Tercera Guerra Mundial llevada a cabo de modo atómico fue suficientemente aterrador para que tal guerra se llevase a cabo sin encuentro militar, de ahí su carácter de “fría”.

Todo lo anterior llevó a la siguiente paradoja: por una parte, el siglo XX fue testigo de un avance científico en el campo de la física y de la química, el cual parecía prometer grandes bondades para la humanidad; pero, por otra parte, dicho avance, por la situación política mundial después de 1945, se volvía un “jinete del Apocalipsis” que, por decirlo de forma poética, podría reducir al planeta tierra a una “pira radioactiva”, en razón del mal empleo de la energía nuclear.

La conclusión de lo ya mencionado en los anteriores párrafos parecía apuntar, a mediados del siglo XX, a las siguientes preguntas: ¿No acaso el desarrollo de la física y de la química necesitaba una regulación ética?, ¿tal regulación ética no también sería necesaria para otras ramas del saber, como era el caso de la biomedicina?

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