Detrás de cada cosa hay poesía. Aunque no cualquiera tiene el privilegio de descubrirla, y menos aún de declamarla al viento. Eres única, te sabes única. Toma tu lanza y vuelve a la lucha.
Quiero sacarte a pasear otra vez, niña interior, para que no decaiga la fe que trato de mantener en el hombre.
A ratos siento que los dedos de las manos son jirones, retazos, trozos de escudo y de lanza que delatan la batalla por no volverme un escarabajo insensible, incrédulo, aislado e injusto.
En este nuevo viaje, querida niña, volverás a ir sin maquillaje y sin galas. Serás, nuevamente, pequeña en la inmensidad y grande en la pequeñez.
Sólo así recobrarás los ímpetus de lucha.
Súbete a un caballito de feria, escucha las notas de una sinfonía; siente que las palabras del poema, de ese poema, se meten por los poros; siéntate en una banca de aquel jardín y deja que la brisa de la fuente moje tu cara. Mientras, cierra los ojos y tus recuerdos.
No te preocupes de nada. Todos esos que caminan a tu alrededor lo hacen y no se dan cuenta del rictus de importancia que adquirió su rostro enmascarado.
Por la noche, culmina tu paseo en un diálogo infinito con la intrusa de plata. Repite las palabras de Cyrano y emula su generosidad, que regala voces de amor sin esperar nada.
Así, con el alma desnuda detrás de la ropa, vuelve a tomar tu lanza y tórnate un pájaro, una flor, una mariposa, el párrafo de un libro, la nota de una sinfonía o, simplemente, la palabra solidaria que no sabes si volverá a ser.
Detrás de cada cosa hay poesía. Aunque no cualquiera tiene el privilegio de descubrirla, y menos aún de declamarla al viento. Eres única, te sabes única. Toma tu lanza y vuelve a la lucha.
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