De la infancia tardía

El abuelo se hizo pequeñito para buscar nuevos códigos, otras voces. Y hubo quienes no pudieron comprenderlo, porque el llanto les nublaba los ojos y el dolor les envolvía el corazón.


Abuelo pequeñito


La voz del abuelo viajó por el laberinto del minotauro para hacer de las veredas indescifrables del recuerdo un presente constante, tan íntimamente propio que hoy sólo acepta compartirlo con quienes tienen, como él, corazón de niño.

Entre los oídos incrédulos de quienes se alimentaban de su verbo, decidió, un día cualquiera, previamente establecido en las leyes de la vida, contarse sus propias historias y rescatar sus propias reglas.

Entonces, fue comandante en esa guerra cruel, sólo comprendida por quienes tienen convicciones firmes y sólidas; disfrutó de los partidos de futbol en un palco de estadio; se vistió de profesional técnico y dominó el mundo de la industria textil, se erigió en líder obrero y tomó la votación de los sindicalizados, comió pistaches y calamares fritos y entabló un diálogo noble y sincero con los humildes e corazón, capaces de darlo todo por nada.

El abuelo se hizo pequeñito para buscar nuevos códigos, otras voces. Y hubo quienes no pudieron comprenderlo, porque el llanto les nublaba los ojos y el dolor les envolvía el corazón.

Y es que el abuelo juega, pero también sufre y llora, como corresponde a los hombres que caminan muchas veredas, a veces veloces, a veces lentos, pero siempre en movimiento, con la mirada puesta en las estrellas y en la Luna.

El abuelo ha olvidado muchas cosas; ha hecho espacio en la memoria para mejor guardar sus más preciadas conmemoraciones. Pero su risa y su llanto, su olvido y su recuerdo, su historia y su desencuentro están llenos de una luz que da sentido a esa realidad que parece injusta.

¡Qué difícil es encontrar el sentido de sus nuevas palabras, qué difícil!

Pero el abuelo tiene su historia, única e inmensamente llena. Y entre lo mucho que olvida y lo poco que recuerda, apresa entre sus manos un diamante, una de las más raras joyas en el mundo: jamás olvidó que las manos están hechas para las caricias y que la voz fue hecha para conjugar el verbo imprescindible del amor.

Amor que profesó, de niño a la Virgen de la Paloma, y que hoy desempolva con mano tersa y añosa para compartirlo con sus nuevos camaradas, a quienes cuadruplica o quintuplica en edad.

Lo demás es simple memoria histórica, común a todos los seres humanos. Finalmente, nadie puede viajar por el laberinto y después contarlo. Quienes emprenden el juego suelen guardarse sus secretos, y quienes tienen corazón de niño desde afuera, pueden aproximarse al abuelo y compartir con él la seducción del recuerdo hecho vida, dulce y tierna.

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