Se me antoja pedir perdón por andar tan torpemente dentro de los demás. Al fin y al cabo, todos los seres humanos nos parecemos tanto que describir a alguno equivaldría a detallar al género entero.
Es la incertidumbre de una mañana que vislumbra el sol y pronostica la tormenta interior que ha de acabar con las flores pacientemente sembradas.
Las hojas de una enredadera van compartiendo, solidarias, una gota de agua que salta a la nueva vida.
Es la incertidumbre; es el silencio que me obliga a la intimidad conmigo misma. Me duele, me pesa. Si ha de venir el caos, que sea; que no se retrase más, que golpee fuerte, que acabe con todo, que fertilice la tierra para volver a sembrar, aunque cueste años. ¿Todo lo que queda de vida?
Se me antoja pedir perdón por andar tan torpemente dentro de los demás. Al fin y al cabo, todos los seres humanos nos parecemos tanto que describir a alguno equivaldría a detallar al género entero.
Encuentro una disculpa; he querido sacar tu mejor tú; aquel que tú mismo tal vez no hayas visto y que brilla como las mil facetas de un diamante. ¿Cómo hacerlo sin el egoísmo precario, propio de quien desea comunicarse y enriquecerse de tu intimidad?
Tal vez yo vea tu fondo, que es una joya. Tal vez, también, me haya sido imposible nadar en él con elegancia.
Perdóname por ser tan torpe para pulir con delicadeza esa sutil distinción que lleva por nombre alma.
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