A buen recaudo

Para crecer y para ayudar a que otros crezcan, abundan los caminos. Lo importante es que estemos dispuestos a asumirlos con todo lo que tenemos, con todo lo que somos.



Nadie se baña dos veces en las mismas aguas de un río, dijo Heráclito de Éfeso para explicarse el cambio constante de la vida. Si volviéramos al mismo sitio, no sólo el río tendría otras aguas: también nosotros seríamos otros.

Sin embargo, a pesar de los cambios físicos, hay en nosotros valores constantes y eternos que nos definen con un nombre y un apellido, que nos dan pertenencia e identificación como personas, que nos otorgan dignidad, al margen de las actividades o de las posesiones.

La existencia nos obliga a caminar por muchas veredas; el cambio está constantemente frente a nosotros, nos reta, nos acicatea, nos hace crecer o, si somos endebles, es capaz de destruirnos.

Algunos cambios son producto de nuestras reflexiones profundas; por nuestra voluntad, por nuestra libertad, tomamos decisiones que convienen a nuestras metas. Otros, son circunstanciales; dependen de situaciones concretas y exigen de nosotros una readaptación, una reorientación de nuestras aspiraciones para no perder el rumbo.

En cualquiera de los casos, sean los cambios de una magnitud o de otra, tenemos que sacarles provecho, tenemos que crecer a su amparo, madurar; tenemos que hacer un alto en el camino para recapacitar, para poner los hechos en la balanza, para seguir delante de una manera óptima y satisfactoria.

Atrás queda lo de ayer. El sol sale cada mañana para recordarnos que debemos vivir intensa, satisfactoria, generosamente, como si fuera el último día de nuestro paso por el mundo.

Si de las vivencias pasadas podemos sentirnos satisfechos por el deber cumplido, si pudimos dar y recibir con cariño y humildad, si aprendimos vibrar, es suficiente.

Nuestra vida se llenó de lo que no se compra y hay que seguirla compartiendo y repartiendo. Para eso estamos en el mundo, para eso respiramos y amamos. Construimos a partir de los cimientos; el edificio es sólido, no se cimbra ni se resquebraja con el vendaval ni con los sismos. El tesoro está a buen recaudo.

Para crecer y para ayudar a que otros crezcan, abundan los caminos. Lo importante es que estemos dispuestos a asumirlos con todo lo que tenemos, con todo lo que somos, con nuestros sueños, con nuestras ilusiones, con la solidaridad que se fraguó en la autenticidad del corazón.

Tenemos al frente muchas veredas; el cambio nos acucia. Que sea acicate y no espada de destrucción.

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