Para quienes llevan la tinta en las venas, el amanecer trae nuevos afanes. Este ir y venir cotidiano encierra grandes secretos, paradojas incomprensibles en apariencia.
La rotativa emite notas que conjuntan una sinfonía.
Su música narra el fin y el inicio de la tarea del periodista. La vista se fija en los rollos interminables de papel que, al final del recorrido, cobran la forma de un cuadro salpicado de colores.
Los periodistas viejos solían decir que una vez que se huele la tinta, difícilmente se abandona la tarea informativa, porque se lleva en las venas.
Muchos egresados de la carrera de comunicación, hoy, no saben eso porque están deslumbrados por la firma o por las pantallas de televisión.
Algunos ni siquiera imaginan que nacer y morir el mismo día implica el reto de vivir en el servicio, en la constancia, en la búsqueda de la verdad personal, de la congruencia, para dar a luz eso que se llama noticia; eso que, muy de madrugada, hace la historia de cada día.
De ahí que el sonido monótono de la rotativa sea síntesis que endulza los oídos, que llena el espíritu de quienes aman esta vocación que parece de muchos pero que, en realidad, es de pocos. Resulta tan sencillo decir “soy periodista”…
Pero resulta tan difícil hacer de depositario responsable del derecho a la información que nos delega el público…
La tarea informativa trasciende; el papel que hoy escupe la rotativa será mañana la envoltura más barata.
Para quienes llevan la tinta en las venas, el amanecer trae nuevos afanes. Ese ir y venir cotidiano encierra grandes secretos, paradojas incomprensibles en apariencia. Para el periodista auténtico, para ese que vive inmerso en el grito de la vocación, implica la renovada convicción de servir en la verdad.
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