De pronto hay que hacer un alto en el camino. ¿Para qué tanto correr, si no se tiene rumbo? La vida también tiene sus reglas. Y son pautas y senderos que traza cada quien.
Camino por los viejos paseos hasta ayer invernales.
La magia de una luz distinta, de otra temperatura, los transforma, les da nuevas voces, los llena de lenguajes acaso más jóvenes.
Me siento frente a la vieja fuente y vuelvo a maravillarme de lo que he visto tantas veces. Ojalá sucediera lo mismo con los acontecimientos internos de esta maquinaria tan complicada que lleva por nombre ser humano.
Vengo aquí, al lugar de los encuentros profundos, para pensar en los porqués y para qués de la vida. Un día no es igual a otro; cada uno tiene, un afán distinto.
Soy reiterativa. Me horroriza la conformidad de una vida que se vuelve costumbre y que no sé cuánto puede durar. Por eso pienso una y mil veces en lo difícil que resulta elegir entre dos bienes el mejor.
Hoy tengo que tomar una decisión y eso implica renunciar sin volver los ojos hacia atrás. Ayer es ayer. Si volteo, podría convertirme en una estatua de sal.
Al fin, la vida humana está llena de decisiones. Nacer a ella es la primera. Después hay que elegir las veredas y medir los pasos uno a uno, desde el primero hasta el último.
Para decidir, dentro de la libertad humana, hay que conocer y ponderar, asumir el compromiso.
Por eso vengo aquí, a ampararme en la naturaleza, a cobijarme en la primavera, a sostener un encuentro conmigo misma. En medio del ruido que viene de fuera, la voz es cada vez más fuerte. No sé por qué nos cuesta tanto trabajo el diálogo interno, la soledad creativa, el análisis.
De pronto hay que hacer un alto en el camino. ¿Para qué tanto correr, si no se tiene rumbo?
La vida también tiene sus reglas. Y son pautas y senderos que traza cada quien.
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