En cuanto al tiempo, todo es según el color del cristal con que se mira.
Un diminuto ser de cuatro años, cuyo juicio precoz contrasta con su mínima estatura, me exige que le explique la eternidad con palabras mortales.
No se trata de un gnomo, ni de un ser extraño salido de la mente de Michel Ende, sino de un niño de tez morena y ojos negros, profundos como la taza de café que me hace el favor de alertarme todas las mañanas.
El rostro de Josemaría transpira bondad; la tranquilidad y la alegría resbalan por sus facciones, amontonadas en una cara que se termina bruscamente. A manera de halo, el pelo grueso y negro se esfuerza por alcanzar las nubes.
Mete las manos a las bolsas del pantalón corto y, por más que trata de esconder las lágrimas, finalmente lo vence un copioso e imparable llanto.
–Es que tú me dijiste que si me porto bien, cuando me muera me voy a ir al Cielo para siempre. Pues me porto bien y no quiero irme al Cielo, porque para siempre es mucho tiempo y me voy a aburrir.
Dichosa edad en que el decir para siempre resulta abrumador. Hoy, al joven preparatoriano que está a punto de ingresar a la universidad a estudiar filosofía, una carrera que le permitirá tratar de contestarse sus dudas existenciales, que siguen siendo tan profundas como entonces, le pregunto si para siempre es mucho tiempo y sólo acierta a quejarse porque duerme a diario cuatro horas y no puede terminar los trabajos escolares.
¡Ah, cómo se va el tiempo últimamente! ¡Ah, como nos vamos los hombres en un lapso que tiene la misma medida siempre, pero que parece variar según las circunstancias! Acaso cuando se tiene gastada la mitad de la existencia, todo parece correr a una velocidad inalcanzable, acaso cuando se tienen 80 años, vuelve la paz infantil y el tiempo se alarga.
En cuanto al tiempo, todo es según el color del cristal con que se mira. Tengo una amiga que siempre está esperando que suceda lo mejor de su vida, y en esa espera ha gastado lo que quizá pudo convertirse en excelso si, en lugar de la parsimonia con que lo vivió, hubiera dado lo mejor de sí…
Lo cierto es que, efectivamente, a medida que maduramos, el tiempo parece acelerar su carrera. Qué afortunados somos quienes alimentamos la esperanza de alcanzar la eternidad, que seguramente será bastante menos dura y aburrida que la vida terrena, contra lo que pensaba aquel niño diminuto de ojos negros y profundos. Y será para siempre.
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