El amor también es esa vuelta de la vida que nos pone enfrente miserias, manías, lagunas y mediocridades.
Para identificar al amor, como para escribir un poema, hace falta tomarse el pulso de vez en cuando para saberse vivo, y estar dispuesto a sumergirse en la hondura de la vida que a veces se esconde en menudencias.
El amor es a ratos metáfora y puede encontrarse en la Luna, que intrusa, invade sorpresivamente un eje vial vestida de naranja, o en el aletear vertiginoso de un colibrí que se deslumbra y se pierde en el rosa intenso de un geranio, o en la danza monótona y a ratos traviesa del agua de una fuente citadina, o en el asombro y el temor conjugados ante el embrujo de un volcán legendario que, vestido de blanco, amenaza con arrojarnos su ira, o en un lugar exacto y preciso que cuenta la historia propia, o en unos ojos que acarician el alma con la mirada.
El amor siempre está vestido de conciencia; se mete hasta las neuronas para mostrarnos, como un espejo interior, que necesitamos completarnos en la soledad abundante del otro. Después –o quizá antes, ¿quién puede asegurarlo después de una noche de insomnio?– se empeña en salir para comunicar sus vivencias. Entonces impulsa un diálogo, un apretón de manos, un escuchar compasivo, un golpecito en el hombro, un pequeño regaño, peticiones de eternidad, cientos de halagos y también un sufrimiento que ahora tiene un sabor distinto, porque cobra sentido.
El amor es adhesión a un bien que se vuelve presencia constante aun en la ausencia. Entonces, los rostros que deambulan por las calles nunca vistas se hacen como nosotros, y nos duele su dolor por esa parte de humanidad que corresponde a cada hombre, y derramamos una lágrima ante la fotografía de un niño de Chiapas, o de Biafra, o de Afganistán, o de Cuba. Y nos alienta el grito jubiloso del nuevo padre, y nos raspa la piel saber que una mujer es condenada a muerte aun a distancia…
El amor es darte cuenta de que el otro es una mujer ansiosa de vivir su afectividad a su manera, y de empeñar su yo en lo que quiere. O de que el otro es un hombre que dice que la vida es forma concreta y sólida, en obediencia a su naturaleza. También es esa vuelta de la vida que nos pone enfrente miserias, manías, lagunas y mediocridades en aquel sitio que antes era angélico, sólo positivo y lleno de cualidades.
El amor es muchas cosas que ahora no son, porque sólo se encuentra en él lo que a él se lleva. Y nos hemos vuelto tacaños.
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