Ser desconocido, anhelo sin proyecto, respiración sin sentido, latido arrítmico o con ritmos ajenos…
Estabas olvidada.
¿Por qué de pronto, soledad, te conviertes en mi aliada, en mi insustituible, en mi necesidad primera?
No te aceptaba. Rodeaba de cantos y de luces mi existencia para no encontrarme, cara a cara, con mi alma, con mi ser fetal, con mi muerte inapelable, con mi pensamiento, con mi creatividad incierta.
Tu solo nombre me daba miedo. Mujer del siglo de la imagen y del ruido, pensé en ti como indeseable, como inhumana y antihumana.
Tenía que huir; encontrarme con las voces de otros, con la algarabía de otros, con la constante aprobación de otros.
Pero… ¿Qué podía darles?
Y… ¿Qué podían darme esos seres, siempre acompañados del desencuentro consigo?
Tu nombre inspira miedo. ¿No nacimos para vivir, compartir y repartir con los demás?
Cuánta mentira. Hoy que te encuentro, mi vida es una fiesta, un paraíso de posibilidades; una lámpara maravillosa de la que obtengo ese sustento que no se sustituye.
Me veo en el espejo; me recorro toda en el silencio gratificante. Ya es una costumbre presentarme a mí misma como si fuera otra. Pero soy yo y el grito de la vida penetra en mis oídos, en mi mente, en el todo hasta ayer desconocido.
Esta que soy sola, en esta soledad de reencuentro, de análisis, de porqués y para qués, ya no se desagrada. La vida tiene un sentido; está ahí el nacimiento y la muerte en un recorrido de aceptación y de música vital.
¿Cómo puede huir tanto tiempo? ¿Qué podía dar al encuentro de otras soledades, si la mía era palabra renegada, ansiedad que se prolonga y verdad sin luz? ¿Cómo repartir una riqueza que no existe?
Ser desconocido, anhelo sin proyecto, respiración sin sentido, latido arrítmico o con ritmos ajenos…
Hoy eres un encuentro que deseo, manantial inacabable, chispa que prende el fuego, necesidad urgente, inevitable, más allá del espacio circunstancial.
Bienvenida, soledad.
En una paradoja, tu nombre se vuelve compañía, encuentro con los otros, congregación de seres, comunión solidaria, respiración y ritmo.
Esta que soy, tan desconocida por mí, estaba sola en la compañía.
¿Qué podían aportarme los que proferían palabras que no son de mi boca, ni de mi pensamiento?
Bienvenida, soledad.
Frágil como el cristal, esculpible como el diamante; real y presente.
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