Faltan faltan 6 semanas para las elecciones estatales y locales en varios estados. Elecciones que muchos ven como un ensayo general de las elecciones federales del 2018. Algunos esperan la recuperación de la administración Peña Nieto. Otros esperan una repetición de la debacle del PRI en 2016. Unos quieren ver la recuperación del maltrecho PAN o la resurrección del moribundo PRD. Otros, el inicio del triunfo de López Obrador. Cada quien con sus ilusiones.
Lo que parece es que todos lo están tomando muy en serio, con la posible excepción del PAN que no acaba de sanar sus divisiones internas. Por lo pronto, ya se estima que la ciudadanía escuchará más de 4 millones de spots en esta campaña. Suficientes para confundir al más inteligente, no digamos al ciudadano promedio.
En lo que parecen estar de acuerdo, al menos la mayoría de la clase política, es en atacar al populismo. Con la posible excepción de Morena, hay una cierta coincidencia en cuanto a que el populismo nos traerá males. Pero, ¿qué entendemos por populismo? El diccionario de la Real Academia no nos saca de dudas. Lo define como “una tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. Si es así, toda la clase política es populista. Tal vez, en una definición un poco más restringida, el populista es quien quiere ganarse a las masas haciendo ofertas de gobierno a sabiendas de que no hay ni los recursos ni la posibilidad de cumplirlas.
Visto así, el que el PRI esté atacando a Morena, acusándole de populismo, es de risa loca. Si alguien en este país ha sido el campeón del populismo, quien lo ha usado por décadas para obtener votos adicionales a los que ha obtenido mediante sus fraudes electorales, ese ha sido el PRI. Pero no ha sido el único. Todos los demás partidos también han hecho ofertas imposibles de cumplir, y la alternancia no ha cambiado ese hecho.
Y tampoco puede decirse que los políticos de otros países han sido diferentes. Sí, puede decirse que Trump ganó gracias a sus posturas populistas, ofreciéndole al electorado lo que ellos querían oír y sin explicar como el obtener el dinero y las capacidades necesarias para llevarlas a cabo. Pero la Sra. Clinton no se quedaba atrás: su plataforma era también tremendamente populista, dirigida básicamente a otros segmentos de la sociedad, pero también a una parte de los votantes que, al final de cuentas, terminaron votando por Trump. Al final, la decisión fue entre dos populistas. Las elecciones de este domingo pasado en Francia no son muy diferentes.
En las elecciones del próximo junio que antes mencioné, estamos presenciando verdaderamente un torneo de populismo. Ofrecer subsidios al transporte, colocar trabajo cerca de donde la gente vive, es fácil de ofrecer. Pero no se nos dice es como lo van a hacer, no queda claro para nada de dónde vendrán los recursos para llevar a cabo esas promesas. Claramente, la clase política está apostando a nuestra ignorancia y a nuestra desmemoria.
Ya se nos olvidaron todas las ofertas populistas de las pasadas contiendas electorales. Ya se nos olvidó, por ejemplo, la promesa de hacer crecer la economía del país al siete por ciento anual. La realidad es que difícilmente hemos llegado ese número sumando los últimos tres años. Ya se nos olvidaron las promesas de responsabilidad fiscal, de no incrementar el endeudamiento público, de tener una estrategia diferente y efectiva para combatir la violencia y el crimen organizado.
Habrá que ver qué pasa en estas próximas elecciones. Y en las del 2018. ¿Volveremos a creerles cándidamente a los políticos? ¿Nos decidiremos, finalmente, a tomar nuestro papel de ciudadanos y exigir de la clase política seriedad en sus propuestas, un mínimo de lógica y sentido común que permita creer que hay posibilidad de que sus promesas podrían cumplirse?
Por otro lado, en esto es válido tener dudas: ¿Estamos como ciudadanía preparados para analizar y rechazar las propuestas fantasiosas e imposibles de cumplir? ¿Tenemos la capacidad de tener un sano espíritu de crítica, un saludable escepticismo hacia una clase política que no acaba de entender que no somos niños?
Porque podemos y debemos criticar fuertemente la actuación de todas las corrientes de la clase política. Pero también debemos tener un poco de autocrítica. Nos hemos dejado engañar una y otra vez. Hemos votado con la emoción, no con la razón. Hemos dejado que la mercadotecnia política haga que votemos por los nombres que más hemos escuchado. Y esto es exactamente lo que está ocurriendo en las elecciones del 2017, junto con el surtido tradicional de compra de votos e “ingeniería electoral” en lo que son tan expertos. Si esas mañas funcionan, al menos en parte, será por nuestra culpa.
* Consultor de empresas. Académico del TEC de Monterrey. Ha colaborado como editorialista en diversos medios de comunicación como el Heraldo de México, El Universal, El Sol de México y Church Fórum
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com