A días de las elecciones presidenciales en México, todos los que ya han decidido su voto difícilmente van a modificar sus ideas. Sin embargo, todavía una parte importante del electorado no ha tomado su decisión, una cantidad suficientemente grande de ciudadanos, como para cambiar el sentido de los resultados de estos comicios.
No se pretende aquí tener un método exhaustivo para facilitar el voto de quienes, por más que han intentado, no han logrado tener motivos suficientes para decidirse en un sentido u otro. Conscientes de esto, sin embargo, es fundamental tener algunos elementos para reflexionar sobre una decisión crucial como esta.
También hay que estar conscientes de que, a esta altura del partido, ya se ha dicho todo lo bueno y todo lo malo de cada una de las candidaturas. No quiere decir que no pueda haber alguna sorpresa, pero a menos que haya estado pasando usted los últimos seis meses en algún monasterio tibetano, o de safari en Tanzania, lo más probable es que ya haya escuchado muchos argumentos sobre cada candidatura. Posiblemente tiene desconfianza de quienes hablan en pro o en contra de cada candidato, o simplemente no encuentra suficientes elementos que inclinen su decisión. Sí, vale la pena hacer una reflexión lo más profunda posible.
Habría que considerar los antecedentes de cada candidatura: cuál ha sido su desempeño, cuáles sus resultados y de qué manera esa información es necesaria para elegirlos. No es que se trate de escoger a personas que nunca hayan fallado. Más aún, quienes insisten en presentarse como alguien sin fallas, resultan ser bastante sospechosos. Lo importante no es que no hayan tenido fallas, lo verdaderamente significativo es con qué rapidez aceptó sus errores y tomó decisiones sensatas al respecto. Es riesgoso votar por alguien que no reconoce sus fallas e insiste en continuar con soluciones que no han dado resultados.
También es necesario conocer cuál es la ideología del candidato y de qué manera la usa para tomarla en cuenta en sus decisiones. Está claro que hay personas que se aferran a un cierto tipo de ideología y que piensan que, si la realidad demuestra que una ideología no funciona, pues peor para esa realidad. Ese candidato o candidata ya no cambiará sus decisiones. Es bueno tener una ideología, pero también es importante conocer y aceptar sus límites y actuar según sea necesario para encontrar soluciones.
Un buen criterio está encarnado en el dicho clásico: dime con quién andas y te diré quién eres. ¿Con qué tipo de personas se rodea el candidato? ¿Son personas sensatas, capaces, prácticas, con experiencia probada y la valentía de decirle a nuestro candidato cuál es su mejor recomendación? ¿O se trata de alguien que no se atreve a decirle, a quién le pide una opinión, algo que sabe que no le va a gustar?
Un tema de carácter. Nuestra candidata o candidato, ¿tiene tendencias autoritarias? ¿Le molesta que les señalen fallas? ¿Aborrece la existencia de contrapesos o busca el modo de ignorarlos? ¿Odia los contrapesos de otros poderes en los campos de su competencia? Claramente, se trata de un candidato de alto riesgo.
¿Cómo actúa cuando se demuestra que sus decisiones son fallidas? ¿Insiste en continuar con sus ideas, a pesar de que la realidad demuestra que no están funcionando? ¿Culpa a todo y a todos del fracaso de sus ideas e insiste en continuar usándolas? En otro aspecto: ¿está dispuesto a probar nuevas ideas, a ensayar nuevos caminos sin caer, por otro lado, en el cambio por el cambio mismo?
Usted, estimado votante, ¿se está informando mediante opiniones que no sean sesgadas y que estén avaladas por una experiencia relevante? Abundan los opinólogos que, sin tener capacidades suficientes y probadas, afirman por afirmar y venden su sentir al mejor postor. Este sería probablemente uno de los temas más difíciles. Porque, si de algo se acusa a los distintos contrincantes en estas próximas elecciones, es precisamente de que están comprando opiniones que denigran a sus adversarios.
Es probable que este pequeño modelo de reflexión todavía resulte insuficiente. Pero puede ser un punto de partida para que usted encuentre nuevos asuntos de reflexión. Por supuesto, todos tendríamos que estar dispuestos a aceptar que pudiéramos equivocarnos en nuestra decisión. Pero tenemos la obligación ética y política de actuar como ciudadanos responsables, dispuestos a dar nuestra mejor opinión, nuestra decisión madura e ilustrada para cumplir con nuestro deber como votantes.
Si al final de esta reflexión todavía nos quedaran algunas dudas: si usted, por la razón que sea, no ha llegado a una decisión, asúmala, emita su voto y acepte las consecuencias de estas acciones. Si después de haber hecho una reflexión con sus mejores capacidades, sigue usted en la duda, lo más conveniente es que divida su voto. Vote por el candidato que haya obtenido mayor número de puntos positivos, y divida su voto dándole su decisión al grupo contrario. Por ejemplo, si vota por un partido político para la presidencia, vote por el partido contrario para el congreso. O vote para presidente de un partido y para el candidato a gobernador y presidente municipal del partido contrario. Dicho de otro modo: construya contrapesos que eviten que el candidato de su preferencia pueda caer en el autoritarismo, porque hay contrapesos, suficientemente fuertes, para evitar que tome decisiones unilaterales.
Habiendo dicho eso, vote. Por favor, vote. Por lo que más quiera, vote. Que no lo paralice la indecisión. No votar es peor que haber votado. Aunque se arriesgue a cometer algún error. Si algo necesitamos con urgencia en este país, es un voto copioso, bien informado, valiente. El voto que no se emite, pone su decisión en manos de quienes ya han decidido de una manera irrevocable, y no nos consta que, efectivamente, hayan hecho un análisis cuidadoso. A votar, conciudadanos. De la abstención no podemos esperar nada bueno.
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