Totalitarismo, el gran riesgo

“Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.

 Benito Mussolini. 

Una de las expresiones más concisas de lo que significa el totalitarismo. Una corriente que no necesariamente es de izquierda o de derecha, como demuestran los casos de Hitler y Mussolini, y sus contrapartes, Stalin y Mao Zedong. 

Se trata de una situación donde el Estado ejerce un poder total, sin divisiones, donde no hay libertad. Un poder que penetra todas las estructuras de la vida pública, como decía otro ideólogo, Joseph Goebbels. Todo el poder para el Estado, sin limitantes, aunque el 46% de la población no esté de acuerdo. 

Hay señales muy claras cuando una sociedad se está orientando hacia el autoritarismo. Muchas veces se da un liderazgo carismático, que no se cuestiona, que siempre tiene la razón y al que se le sigue ciegamente, sin cuestionar absolutamente nada. Una situación en la que no existe espacio para la oposición. Un control absoluto, no solo de las acciones del gobierno: un dominio de la sociedad y, más importantemente, un poder sobre el pensamiento, donde no hay una opinión que discrepe, donde lo que se crea es un conjunto de creencias que son conservadas mediante represión.

Represión masiva, que no es únicamente sobre algunos grupos. Una vigilancia generalizada, como la que tuvieron muchos de los regímenes totalitarios del siglo pasado. Con una policía secreta dedicada fundamentalmente a que los ciudadanos se vigilaran unos a otros, creando una cultura de la denuncia a todo el que pensara de manera diferente. Censura personalizada y completa, que no permite opiniones diferentes. Una propaganda asfixiante. En México no llegamos todavía a esto, aunque se puede decir que hay pasos en esa dirección.

En nuestro país, el camino hacia el totalitarismo tiene antecedentes antiguos, procedente de los años 20 y 30 del siglo pasado, pero que no se llegó a concretar de una manera completa. Pero ya se están dando algunos pasos adicionales. En este momento, hay un control prácticamente total de las decisiones de la vida pública, desconociendo el hecho de que más del 40% de la población no estuvo de acuerdo con las ideas que sustenta la 4T. 

Su control de las decisiones de gobierno se ha vuelto casi absoluto y los pocos límites que podía tener y los contrapesos que podían funcionar, han sido demolidos o están en camino de serlo. Sobre todo, por la destrucción de los organismos autónomos, y la mediatización del Poder Judicial, que en la práctica ya ha quedado subordinado al Poder Ejecutivo, como lo estuvo en los tiempos de la dictadura perfecta que padecimos por más de 70 años. 

Esto no significa que ya estemos completamente en el totalitarismo. De hecho, es importante ver que hay diferencias en lo que es una dictadura y lo que es propiamente el totalitarismo. Y algunos aspectos a considerar para estar en esa situación, serían, por ejemplo: un control absoluto de la cultura, en el caso del totalitarismo. Así como la educación puesta al servicio del Estado, como una manera de adoctrinamiento, no para desarrollar capacidades de análisis y de discusión. 

Además, un control prácticamente absoluto de la información. Solo lo que dice el Estado es verdadero, se dice. Todos los demás son, como dice el próximo presidente Donald Trump. fake news, embustes. Un control sobre las creencias que llega en algunos casos de totalitarismo hasta intervenir en las religiones y la decisión de quiénes deben ser sus dirigentes. La imposición de una ideología única, y un ataque feroz para cualquier ideología diferente. 

En resumen, podríamos decir que todos los totalitarismos son dictaduras, pero no necesariamente todas las dictaduras llegan hasta el nivel del totalitarismo. La pregunta para la Sociedad es: ¿hay manera de vencer a un totalitarismo frente a esos retos enormes? En los extremos se han vencido a los totalitarismos mediante las guerras. Y esa es la historia de la Segunda Guerra Mundial, que fue el único modo de acabar con el totalitarismo de los nazis y de los fascistas.

Pero, fuera de esos extremos militares, lo que ocurre es un derrumbe interno de esos sistemas. Y eso es lo que ha ocurrido en algunos regímenes totalitarios. Cómo pasó en Europa Oriental, en los finales del siglo XX. Las condiciones que se dieron fueron, por un lado, una resistencia basada sobre todo en la educación, el desarrollo de movimientos opositores, no necesariamente de origen político. También hubo un impulso importante de la cultura, incluso de una que se difundía clandestinamente, como fue el caso de las obras de Solzhenitsyn o de Boris Pasternak en la Unión Soviética, y en otro lado, las de Vaclav Havel en la República Checa. 

Algunas veces, curiosamente, influyó el apoyo de la tecnología. Por ejemplo, eso explica la primavera árabe que logró limitar, en algunos países, situaciones totalitarias. Por eso, en Venezuela, se ha limitado el uso de las redes sociales, precisamente para evitar el efecto de la tecnología.

 El ideal fue el caso de la “revolución de terciopelo” de la República Checa y de Eslovaquia. Donde se logró una transición pacífica, sin mayor dificultad, con una aportación importante de la ciudadanía. Encabezada por un poeta, Vaclav Havel. Que no podría considerarse realmente como un político de importancia. ¿Podrá nuestra ciudadanía desarrollar un cambio pacífico que limite el impulso hacia el autoritarismo que estamos viviendo?

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