Amar la verdad siempre será un noble propósito. Y aún más para los comunicadores, tan atacados por las llamadas noticias falsas.
Un tema recurrente en el pontificado del papa Benedicto XVI fue el relativismo, al cual él veía como un tema muy grave. En mi opinión, nadie le hizo mucho caso. Gobernantes, políticos, empresarios y hasta algunos clérigos vieron el asunto como una preocupación de un teólogo, según muchos un tanto anticuado. No lo vieron como un problema práctico, extendido, como algo grave.
Hoy, a 6 años de ser papa emérito, habiendo vivido los gobiernos de Trump y otros muchos populistas, el Brexit y otros temas similares, nos damos cuenta de que el asunto es real. Tratar la verdad como algo que depende de las circunstancias, es un tema grave. Porque se está perdiendo el concepto mismo sobre el que se basan las relaciones sociales.
Cuando no hay una verdad objetiva, la sociedad no puede funcionar: la economía no puede basarse en mentiras, la justicia es imposible si la verdad no se puede conocer, no se pueden tener relaciones familiares estables y nutricias, la enseñanza se vuelve imposible. En el extremo, claro, pero ese es el peligro que ya está ocurriendo.
Por eso toda ética sana, no importa basada en cual religión o filosofía, considera la mentira como una trasgresión grave. Para asegurar la posibilidad de confiar unos con otros, se generan diferentes tipos de juramento. Y, por supuesto, el perjurio se considera una falla grave, incluso punible cuando se jura en falso en todo tipo de juicios o cuando se falta a las obligaciones de toda especie, adquiridas mediante un juramento.
Pero ¿cómo tener confianza entre los miembros de la sociedad cuando cada uno tiene su propia versión de la verdad? Y esto no es un tema moderno. En el juicio más famoso de la Historia, el de Jesús ante Pilato, cuando Jesús dice que viene a dar testimonio de la Verdad, Poncio Pilato responde: “¿Y qué es la Verdad?” Y se retira sin esperar una respuesta. Porque, para él, no la había.
Hay muchos tipos de verdades. La verdad histórica, que se dijo que cerraba el caso Ayotzinapa. Pero, dicen algunos, la historia la escriben los vencedores. De modo que no es muy confiable y por eso, cuándo una sociedad abandona una dictadura o termina una guerra civil, se establecen “comisiones de la verdad”.
Verdad de otro tipo es la verdad científica. Misma que, por su propia naturaleza, siempre es provisional. Depende de la precisión de los instrumentos de medición usados, del diseño de sus experimentos, la lógica de las teorías usadas. Por eso nos encontramos con frecuencia que “hechos muy científicos”, que se creían verdaderos, después son rectificados. Por ejemplo, por un par de décadas nos dijeron que era peligrosísimo consumir huevo entero y que, para estar sanos, había que consumir solo claras de huevo. Ahora nos dicen que era un error: que no hay peligro en comer hasta siete huevos enteros por semana y que son muy saludables. Ambas recomendaciones basadas, en su momento, en la “verdad científica”.
Si creemos que la verdad es la coincidencia entre lo que se afirma y la realidad de lo afirmado, es cierto que muchas veces no tenemos la verdad auténtica. A veces confundimos verdad con sinceridad. Que no son lo mismo. Porque alguien puede ser sincero y tener creencias erróneas sobre el tema. Como, por ejemplo, los medioevales creían sinceramente que el Sol giraba alrededor de la Tierra. La mayoría de ellos estaban en el error, sinceramente equivocados. La sinceridad es muy personal y difícil de juzgar, porque no tenemos el conocimiento de la persona y si verdaderamente cree lo que afirma.
Desgraciadamente muchos ya están en la posición de Poncio Pilato. Ya no les interesa buscar la verdad, porque no creen que puede existir. Su error puede venir de no tener datos creíbles (“Yo tengo otros datos”) o no tener la capacidad de analizarlos mediante una lógica sana, con lo que se llama un pensamiento crítico. La palabra latina para la verdad, veritas, es el lema de la venerable orden de Predicadores, los dominicos, así como de varias universidades, destacadamente la universidad de Harvard. Un noble anhelo de la humanidad. ¿Podría ser nuestro lema personal?
Amar la verdad siempre será un noble propósito. Y aún más para los comunicadores, tan atacados por las llamadas “noticias falsas”. Pero no son los únicos: la sociedad entera y sus dirigentes deberían tenerla como su preocupación prioritaria, aun cuando esas verdades no nos convengan. Nada más necesario que la Verdad y nada más difícil de alcanzar.
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