Cuando alguien le preguntó a G.K. Chesterton si era un escritor católico, el respondió: “Soy católico y cuando escribo se me nota”.
Todo un programa de vida para un católico y para cualquiera que tenga una fe religiosa o una creencia ideológica. La gran pegunta que nos podríamos hacer sería: ¿se notan mis creencias en mi modo de actuar? Más todavía: ¿lo que digo concuerda con lo que hago? ¿Soy congruente?
Por supuesto, la congruencia no significa necesariamente que alguien sea necesariamente bueno. Stalin fue rigurosamente congruente, como lo fueron Hitler y Pol Pot. Al revés, en cambio, la incongruencia siempre es una mancha en las creencias de las personas. Y, por desgracia, abunda.
Ese tema no solo se ve en los escritores. Si usted es doctor, ¿se nota que es católico en el modo como trata a sus pacientes? Como comerciante, ¿se nota lo católico en sus tratos comerciales? Si es maestro, ¿se le nota en el modo como enseña? Si es socialista, ¿se nota en su relación con otros conciudadanos? Si es budista, ¿se nota en sus costumbres diarias?
Posiblemente, como más rechazo causa esta incongruencia es cuando se está usando frases, símbolos, conceptos explícitamente ligados a una religión. Volvamos a G.K. Chesterton, a quién se ha propuesto para su canonización. Nacido anglicano, se convirtió al catolicismo en la misma época de grandes conversos ingleses como Hilaire Belloc y el cardenal Newman. Profundo pensador, conocedor a fondo de la doctrina que profesó, sin embargo, pocas veces escribía con citas de papas, doctores de Iglesia o de la Sagrada Escritura. Lo cual no significaba que no escribiera como católico. Al escribir, exponía el contenido de la religión católica en su aplicación a la vida diaria como a los grandes temas de la sociedad, apoyándose en la lógica y el sentido común, rara vez en testimonios de las autoridades y los teólogos católicos.
En ese aspecto, fue seguidor de san Francisco de Asís que decía que hay que predicar siempre y, a veces, hasta predicar con palabras. Y también aplicó la idea de santo Tomás de Aquino que pensaba que los argumentos de autoridad son los más débiles. Sentido común, lógica y un profundo conocimiento de la fe que profesó y su aplicación, eran los argumentos con que convencía a sus lectores.
¿Debería este ser el método de predicación en este siglo de la posmodernidad? ¿Será acaso el modo de atraer a los milénials que no creen en las autoridades de ningún tipo, y que aborrecen a la incongruencia? Para el laico católico, este es todo un programa de vida. Sí, hay muchos laicos que contribuyen a la catequesis y a la predicación apostólica. Pero para la mayoría, su tarea será la de aplicar a su vida diaria, a sus deberes familiares, sociales, políticos, laborales las consecuencias de sus creencias. Predicando con el ejemplo, con su vida, con la aplicación de sus creencias a las decisiones que todos tenemos que tomar.
Necesitamos a muchos de estos laicos. Necesitamos aspirar a esa manera de vivir nuestras creencias, con total congruencia. Necesitamos ser ese tipo de seglar.
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