Como si tuviéramos pocos enemigos en este mundo, en nuestra sociedad nos caracterizamos por la facilidad con que nos echamos enemigos y nuestra lentitud para convertirlos, si no en amigos, por lo menos en alguien con los que podamos ser imparciales y trabajar de acuerdo.
Esto viene a propósito de una serie de enemistades, que nos ha tocado presenciar últimamente. Políticos que se decían unidos en torno a un alto ideal, que se enemistan profundamente a raíz de algún descalabro, algún cambio en las fortunas políticas. Los amigos y compañeros de ayer y antier ahora se han vuelto terribles enemigos. La cortesía, el aprecio de antes, la comunidad de intereses e ideales se tiran por la borda.
Peor aun cuando esto ocurre en el bando de aquellos que buscan mejorar la sociedad y evitar las malas prácticas de la clase política. Cuando se pierde el entendimiento y se inicia un torneo de acusaciones mutuas, de agravios y declaraciones que hacen cada vez más difícil que esas heridas lleguen a sanar. Pocos que somos… y no podemos cuidar nuestra unidad.
Y se escuchan acusaciones fuertes. “Caíste en la corrección política”. “Has abandonado los ideales”. “Eres blando, deberías ser más radical”. “Te has vendido”. Palabras que dividen. Palabras que desconocen que todos somos imperfectos y que a todos nos pueden encontrar algún momento de falla.
Aún más, el tema se agrava cuando no estamos dispuestos a reconocer que traspasamos la línea, que deberíamos haber sido más mesurados. “Ya lo dije, y ahora no me echó para atrás”. El germen de la soberbia impidiéndonos reconocer nuestra humanidad, nuestra fragilidad y la facilidad con la que nos equivocamos.
En ese ambiente de agravio y enojo, de orgullo herido y de incapacidad de echar marcha atrás, la división se alarga y se puede volver perpetua. No quisiera caer en generalidades: podría decir nombres concretos. Prefiero no hacerlo. Es necesario, estoy seguro, mantener la cabeza fría y evitar participar en estos dimes y diretes. Donde, no importa lo que diga, será tomado mal. Porque se considerará que he tomado un bando cuando, en realidad, el único bando válido es el de una unidad en torno a los principios fundamentales y una libertad en todos los aspectos opinables.
¿Qué se peleen los políticos? Es natural. Esa es su naturaleza. Ese es el resultado de sus ambiciones y de sus fobias mal ocultadas. Que se dividan los que buscan una mejor sociedad, los que se oponen a las trapacerías de una clase política que cada día nos resulta más insoportable, eso sí me duele y me duele profundamente. Quisiera poder intervenir y me siento ante la impotencia de saber que no importa de qué manera lo haga, provocaré discordia. En un momento en que más necesitamos de la unidad. No una unidad impuesta, no una unidad que procede de la servil sumisión a una autoridad. Una que viene de ideales comunes, de principios compartidos, de valores atesorados. La unidad que verdaderamente vale la pena y que no deberíamos de perder por ningún concepto.
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