No se les puede llamar un fracaso, pero tampoco fueron el éxito que se esperaba. ¿Por qué las marchas organizadas para ser una demostración de unidad nacional no tuvieron el éxito esperado? La respuesta puede estar en el nivel de desconfianza que existe hacia el sistema en general y hacia la clase política en particular.
Los reportes han sido bastante vagos. Algunos se aventuran a decir que se reunieron 7,000 personas, otros hablan de 20,000. Pero, en todo caso, a juzgar por las fotos de la reunión, la afluencia fue mucho menor a la de la marcha del 2004 para protestar contra la violencia e incluso respecto a la marcha del Frente Nacional por la Familia, hace algunos meses en contra de los matrimonios igualitarios.
¿Qué ocurrió? ¿Qué hizo que no funcionara la amplia información y difusión que se dio a estos eventos? ¿Por qué no funcionó el poder de convocatoria de la mayor institución educativa del país, así como el de otras grandes universidades ni el de más de 80 organizaciones de distintos tipos? ¿En que fallaron los medios y la mercadotecnia?
Habría que cuestionarnos el modo como se planteó la unidad y también los orígenes de esta unidad. Porque a la ciudadanía la puede unir el miedo, el enojo, el hecho de no sentirse escuchada, el sentir que no se respeta su dignidad, y otras muchas causas. Pero debe haber algún terreno común, de otra manera esta es una unidad que dura poco, porque depende mucho de las emociones. Sí, puede ser que las manifestaciones nos sirvan para desahogarnos, pero habría que preguntar a la ciudadanía si cree que verdaderamente son efectivas. Y si no tenemos claro cuál es el motivo que nos unifica, la convocatoria se puede quedar bastante debilitada.
En el caso concreto, estamos apostando a que nos molestan las posiciones del Sr. Trump, que nos da miedo que nos devuelvan a 10 millones de personas, que nos ofrenda la manera como nos tratan y, tal vez en un sentido más amplio, que deseamos hacer algo contra la discriminación, el racismo, la misoginia y la xenofobia que vemos como un problema grave y no sólo para nuestro país, sino para toda la humanidad. Pero, por lo visto, a la ciudadanía no le parecieron razones suficientes.
Por otro lado, tal vez no tenemos clara la diferencia entre unidad y unanimidad. Porque no son la misma cosa. Sí, nos están pidiendo unidad en torno al Presidente de la República. Como dijo alguno, “poner en pausa nuestras diferencias” para darle a nuestro primer mandatario una posición fuerte para negociar. Pero, me temo, esto se leyó como un llamado a la unanimidad. La cual, seguramente, no es algo que estemos dispuestos a otorgar. Todos queremos seguir teniendo el derecho de opinar de manera diferente, de poder tener una mentalidad crítica, y de poner soluciones sobre la mesa.
Podemos unirnos ante el peligro y colaborar; podemos unirnos para aprovechar situaciones que convengan al país y contribuir. Pero es mucho pedir que todos opinemos igual, que no critiquemos, que renunciemos a nuestra individualidad. No podemos, no debemos volver a los tiempos donde nos gobernaba el “gran tlatoani” o a los tiempos donde éramos los que debíamos de “callar y obedecer”. Nos sentimos y queremos ser tratados como ciudadanos maduros, no como una masa de gente no pensante.
Por otro lado, es claro que la clase política no está entendiendo que para obtener colaboración tiene que haber confianza, que los gobernantes deben tener credibilidad frente a sus gobernados. El simplemente suspender nuestras opiniones puede ser válido en situaciones de extrema urgencia, siempre y cuando tengamos la confianza de que al terminar la emergencia nos serán devueltos nuestros derechos y se limitarán los poderes extraordinarios que asumieron los gobernantes.
Muchas pancartas en la marcha expresaban que el problema no es el Presidente Trump, sino la clase política mexicana. Lo cual nos habla de volúmenes de los motivos que hay para desconfiar. Quien tiene la confianza de la ciudadanía, puede pedir unidad. Si no le dan esa confianza, no le basta pedirla, tiene que ganársela con hechos y tiene que dar garantías de que esos hechos no son algo efímero, algo que sólo servirá para convencer a una ciudadanía que tiene a su clase política en los últimos niveles de confianza.
Tal vez sea el momento de proponer nuevos caminos para que la ciudadanía pueda verdaderamente confiar en quienes nos han defraudado por décadas y cada vez de una manera más profunda. Y ya que la clase política no ha tenido la imaginación suficiente para ofrecer propuestas convincentes para la ciudadanía, es momento de que la gente pensante de este país, las distintas organizaciones enfocadas al conocimiento y las organizaciones ciudadanas propongan caminos de acercamiento.
Sí, necesitamos unidad. Pero (pidiéndole perdón a Enrique Krauze por tomar su concepto de “democracia sin adjetivos”) aquí debemos de hablar de “unidad con adjetivos”. Necesitamos aclarar, debatir, detallar qué clase de unidad queremos, cuál le vamos a pedir a la ciudadanía, como se le garantizará que ese capital político será bien empleado. Y debemos de renunciar a una unanimidad que no es deseable. Necesitamos aprender a vivir, a celebrar y disfrutar la diversidad, verla como una riqueza y aprovecharla.
Dándole un giro laico al concepto de Agustín de Hipona, deberíamos decir: “En lo esencial, unidad; en lo demás, libertad. Y en todo, respeto”. Lo cual requiere establecer un terreno común, definir las pocas cosas que son realmente esenciales y permitirnos una gran libertad para todo aquello que no es verdaderamente fundamental.
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