“Existe la bondad en este mundo, y vale la pena pelear por ella”.- J.R.R, Tolkien, en su libro El señor de los anillos: las dos torres.
Ante tanta maldad, ante recursos tan poderosos que la apoyan, parecería un esfuerzo inútil el tratar de oponerse a esa tendencia aparentemente imbatible. Sí, es fácil caer en la desesperanza. Pensar en que este mundo no tiene remedio y que ya no vale la pena luchar. ¿Habrá otra opción?
En la práctica, parece que la civilización occidental y en alguna manera la mundial han perdido los valores humanos, los valores sociales que han sostenido todas las civilizaciones en la historia. Se están cuestionando y parece que han perdido. El mundo, como lo conocimos, parece que ya no volverá a ser un lugar bueno.
Algo hay de razón en esto. ¿Pero no será que hemos perdido de vista que hay mucha bondad en este mundo, a pesar de que no la vemos? Los medios, incluso los medios católicos, hemos perdido la capacidad de ver el bien en donde está. Nos centramos en lo malo, lo publicitamos, lo informamos. Creemos todos que hay que señalar el mal. Unos, porque es escandaloso, porque llama la atención, porque vende horas de rating o periódicos. Otros, porque pensamos que, al horrorizar a nuestros lectores, los despertaremos de su sueño y los moveremos a la acción.
Hemos perdido el concepto de que al Mal se le vence con el Bien. Se nos ha olvidado esa misteriosa unidad entre el Bien, la Verdad y la Belleza. Y a veces creemos que podemos lograr el bien, faltando a la verdad y provocando el horror. No necesariamente con mentiras absolutas, pero sí con exageraciones o verdades a medias. Como, por ejemplo, diciendo que en la Ciudad de México hay un millón de abortos al año. Cuando, por ejemplo, en España donde el aborto es legal desde 1986, han tenido poco más de un millón 700,000 abortos en 30 años. Hay que tomar en cuenta que la población de España hoy en día es de casi 47 millones, mientras que la población de la Ciudad de México es de 8 millones 900 mil habitantes, menos de la quinta parte que la población total de España. Claramente, se trata de una enorme exageración.
Que, por otra parte, es un argumento bastante absurdo. El horror de un aborto no depende de los números, depende de la naturaleza del hecho. Si fuera la milésima parte, seguiría siendo un problema grave. Pero en este caso se busca, seguramente con la mejor intención, provocar el horror para mover a la acción.
Algo parecido ocurre con la corrupción. No es cierto que todos los funcionarios públicos sean corruptos. Ni siquiera lo es la mayoría de la clase política. Pero exagerar diciendo que estamos en manos de bandidos, puede mover a la acción. Aunque sea una exageración.
Este método de convencer mediante la mentira, el horror, o en el mejor de los casos, de la exageración, tiene como fruto la desesperanza. “No hay nada que hacer”, dicen algunos. “Esto no tiene remedio; más vale irnos mientras podamos”; y en otros casos nos lleva a decir: “¿Para qué combatir todos estos males? Esta situación ya está perdida”.
Estamos perdiendo de vista toda la bondad que está a nuestro alrededor. La nuestra es una sociedad decente, con valores admirables. Obviamente, no aparecerá en los medios porque no es algo noticioso. Lo noticioso es lo que se sale de la norma, lo anormal. Sí, como dice Tolkien, hay bondad en este mundo y vale la pena pelear por ella. Pero a mí me resulta muy dudoso que el combate a la maldad deba llevarse a cabo mediante la mentira, la exageración y el horror.
¿Habrá modo de que cambiemos de método y que nos dediquemos a sembrar esperanza? ¿Qué logremos destacar la bondad y el bien que está a nuestro alrededor? ¿Será acaso que logremos mayor respuesta mediante la esperanza que mediante el horror? Yo creo que sí. Y acepto que podría ser un iluso, pero no lo creo.
Hemos olvidado el poder de convicción de la Verdad, del Bien y de la Belleza. Nos hemos ido por el camino fácil: imitar a los enemigos de la esperanza, imitar sus métodos porque los vemos eficaces. Claro, esto no es fácil. Nadie dijo que lo fuera. No es una receta instantánea, no es una solución rápida. Pero hoy más que en otras épocas, necesitamos el aprecio a la Verdad. Necesitamos aprender a sembrar esperanza. Necesitamos la Belleza del Bien. De otro modo, nuestras “victorias” serán efímeras.
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