De alguna manera, en el concepto moderno de la democracia, se nos ha creado una especie de dogma laico: la creencia de que necesitamos de partidos políticos. Un dogma que no necesariamente ha existido siempre. En realidad, el concepto de partidos políticos es una creación de los siglos XIX y XX. Obviamente, es el resultado de la generalización de los conceptos democráticos. En las democracias primitivas no había partidos.
Al generalizarse la democracia como concepto y forma de gobierno, llegando a una convicción relativamente generalizada de que es el mejor método de administración pública, ahora la mayor parte de los países adoptan una forma democrática de gobierno. Y con ello, siguiendo el ejemplo de las principales democracias occidentales, se generan los partidos políticos. Mismos que en principio se suponía qué representaban diferentes grupos de intereses y modos de pensar, generalmente presentados cómo ideologías, entendidas como: “Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político”.
Atrás del concepto de los distintos partidos políticos, está la idea fundamental de qué no existe una unidad en el pensamiento de la Sociedad. No sólo eso, probablemente no es deseable que exista tal cosa. Lo cual no ha impedido a los cotos políticos, tratar de crear una ideología dominante. Como en los sistemas de inspiración soviética, qué hubo en una buena cantidad de países en parte del siglo XX, con el sistema del partido único, haciendo ilegal la existencia de otros partidos. O, cómo ocurrió en México, con la existencia de partidos satélites que daban la impresión de que existía una democracia a pesar de tener un partido fuertemente dominante.
Actualmente, en este inicio del siglo XXI, y ante el desprestigio de los distintos partidos políticos, vale la pena cuestionarnos sí efectivamente debemos de seguir considerando su existencia para que pueda existir la democracia. En muchos países y el nuestro no es la excepción, hay un desencanto generalizado de los partidos políticos. Muchos de ellos concebidos cómo negocios familiares, cómo facciones que viven del erario sin dar mayor beneficio a la Sociedad. Tan es así que algunos de los nuevos partidos ya ni siquiera quieren llamarse así y, para no cargar con el desprestigio del concepto. Prefieren llamarse Movimientos, cómo se dio en México el caso con el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) o el Movimiento Ciudadano.
Ante la decepción de la ciudadanía frente a los partidos políticos, vale la pena debatir: ¿de qué manera estas formaciones benefician a la Sociedad y en particular a la democracia como modo de gobierno? No es una pregunta ociosa. Si no encontramos una respuesta adecuada, posiblemente deberíamos de cuestionar sí tendríamos que seguir organizando a los gobiernos de esta manera. Seguramente a muchos les parecerá algo imposible. El dogma de que requerimos de partidos tiene aceptación prácticamente universal. No nos podemos imaginar fácilmente otra manera de poner a competir nuestras ideas o poder elegir de qué manera tener gobierno.
Hay algunas posibilidades. En algunos países, han resuelto quitar a los partidos una parte importante de las decisiones de gobierno. En Suiza, por ejemplo, una buena parte de las decisiones se toman mediante plebiscito; no se les dejan a los partidos políticos las soluciones. De otra manera, en los Estados Unidos, en las elecciones se escogen gran cantidad de funcionarios que toman diversas posiciones de mando, generalmente de tipo estatal o municipal, sin pasar necesariamente por el esquema de partidos. En algunos momentos, sobre todo en gobiernos de corte fascista, los congresos se formaban dando representación a diferentes corporaciones, las cuales se hacían cargo de atender los requerimientos de diferentes estratos de la Sociedad. Un sistema desechado en vista de los graves problemas generados por el fascismo.
¿Qué deberíamos de esperar de los partidos políticos? Que nos ofrecieran diferentes análisis de las situaciones que afectan a la Sociedad, ofreciendo posibles soluciones, diferentes opciones para atender esos temas. Cosa que muchas veces no ocurre: cómo lo estamos viendo cuando los partidos tienen como única solución a los problemas de la Sociedad, que otros se quiten para gobernar ellos.
También esperaríamos qué educaran al electorado, dándonos una cultura política pero, sobre todo, ayudándonos a entender los problemas nacionales y el modo como se podrían resolver. En alguna medida hoy los partidos se cuidan los unos a los otros y de esa manera podrían ponerle coto a la corrupción. Lo cual no siempre ocurre: si algo hemos podido entender últimamente, es que en cierta medida esa vigilancia no ha logrado que reduzca la corrupción, sino que ha sido utilizada como un arma arrojadiza para atacar a los demás. Quisiéramos que de ellos nazcan nuevas soluciones para los grandes temas nacionales. Tristemente, estamos pasando por un larguísimo ayuno de ideas nuevas. Da la impresión de que no se les ocurre nada realmente nuevo. Aun los que presumen de ser innovadores, sólo nos están volviendo a dar un recalentado de ideas ya usadas y muchas veces fracasadas.
Ante todo esto, ¿realmente los necesitamos? Creo que no. En otro tiempo necesitábamos quien nos representara, por la ignorancia de las grandes masas de la población y las grandes dificultades de comunicación. Ahora no nos hacen falta especialistas que se dediquen a representarnos. Sí queremos que la democracia permanezca, tendremos que pensar que necesitamos lo que algunos llamarían una cirugía mayor. No es un tema fácil, no es algo que se pueda resolver rápidamente, pero es importante que lo cuestionemos. Cuándo vemos una gran parte de la población decepcionada de los partidos, es claro que hay que emprender una tarea que podría tardar años para reformar el modo cómo, sin perder lo básico de la democracia, nos liberemos del yugo de una clase política qué usufructúan los partidos para su propio beneficio.
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