En toda nuestra historia, en México hemos esperado tener a un primer mandatario que sepa todas las soluciones y que además tenga la voluntad y la honradez para llevarlas a cabo. Una y otra vez, nos han decepcionado. Pero, poniendo la mano sobre el corazón, ¿está nuestra sociedad preparada para aceptar otro tipo de gobernante?
Imagínese un o una Presidente que, frente a los grandes problemas nacionales, dijera: “No sé la solución. He nombrado una comisión de especialistas, y estoy dispuesto a aceptar otras propuestas. Una vez que entienda bien el problema, pondré mi idea de solución a debate público”.
¿Aceptaríamos un mandatario así? ¿O lo empezaríamos a criticar de inmediato por indeciso? En mi opinión, nuestra ciudadanía no ha llegado todavía a ese nivel de madurez.
Necesitamos presidentes que sepan reconocer lo que no saben, que se sepan asesorar y aceptar opiniones diferentes de las suyas. Que tengan horror a las respuestas únicas y busquen siempre encontrar y validar otras alternativas. Que sepan escuchar y aceptar con agradecimiento opiniones diferentes de las suyas. Que le tengan horror a los que les digan: “Señor Presidente, sus soluciones son insuperables, geniales”.
Claro, estoy hablando de la República. Pero esto podríamos aplicarlo a muchas otras organizaciones, gubernamentales o privadas. Debemos dar el paso: de una era de caudillos de la que no hemos salido aún (porque seguimos en siglos de caudillos, con perdón de Enrique Krauze), a una era de mandantes (la ciudadanía) y de mandatarios (la clase política). Tenemos que prepararnos para aceptar ese tipo de liderazgo, o nunca seremos una ciudadanía madura.
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