Es muy difícil, siendo hombre, opinar sobre el Día de la Mujer. Lo que he oído decir a las mujeres es que lo que se necesita no son celebraciones, sino “empoderarlas”. A mí, sin embargo, me parece que mis alumnas no necesitan que las empoderen. Ellas ya son fuertes, poderosas. Como muchas otras.
Me explico. Hace más de 30 años soy profesor en la maestría de administración. Entonces, en mis grupos el 5% eran mujeres. Hoy, pueden variar entre el 35% y el 50% del alumnado. Se trata en la mayor parte de los casos de personas de 25-35 años y que trabajan en gerencia media y alta, en muy diversas empresas. De las que ahora se les llama “Millennials”.
En todos estos años no he podido ver una diferencia sustancial en el desempeño, la inteligencia, la creatividad y la capacidad de raciocinio entre mis alumnos y alumnas. Son claramente diferentes en sus enfoques, pero llegan a resultados totalmente comparables con los varones en sus tareas, en las decisiones que toman y en su desempeño.
Con esta muestra, que no es científica, de más de 3,000 gerentes, no veo una razón lógica para que siga existiendo el famoso “techo de cristal”, el límite que impide a las profesionistas subir de determinados niveles en la organización y de tener acceso a los mismos salarios de sus colegas varones, para un mismo trabajo y nivel de responsabilidad.
Reconozco que mi muestra está sesgada. A mí me llegan mujeres sobresalientes, porque una mujer tiene que batallar muchísimo más que sus colegas varones para obtener que su empresa la apoye para que curse una maestría. Si algo puedo decir de ellas, es que son muy dedicadas, deseosas de aprender y que no se quejan. Cualidades que, si fuéramos lógicos, deberían ser muy apreciadas por las empresas.
En fin, que admiro a mis alumnas. Espero poder vivir los suficientes años para ver que, por lo menos en el aspecto empresarial, pero sobre todo en el social, se logre una auténtica equidad al tratarlas en aspectos de salario, de promoción y de reconocimiento. Se lo merecen ampliamente.
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