Necesitamos traductores que traduzcan las ideas políticas de manera que la sociedad pueda entender con precisión lo que se propone y puedan debatirlo para ver los aspectos positivos y negativos.
No. No me refiero a que, gracias al comercio internacional, vamos a necesitar especialistas en diferentes lenguajes. El tema es mucho más cercano a nosotros; es un tema social. Entre nosotros, en parte debido al rápido crecimiento del conocimiento y también en buena parte por el relativismo que reina en las discusiones entre nosotros, tenemos el grave problema de no entendernos unos con otros.
No nos entendemos entre empresarios y empleados, entre profesores y alumnos, entre gobernantes y ciudadanos, entre la oposición y los electores, así como en otros medios más cercanos: entre las generaciones dentro de las propias familias. Y no es que estemos hablando otro idioma: es que estamos utilizando un lenguaje peculiar, uno que sólo es entendible por quienes son parecidos a nosotros. Por ejemplo, los dichos comunes entre los ciudadanos y ciudadanas de la tercera edad y que son totalmente obscuros para muchachos y muchachas de la generación Z o similares.
No sólo se trata de que a los instruidos no los entienden las personas menos cultas. Nos encontramos también con lenguajes muy particulares: los abogados no se entienden, por ejemplo, con los financieros y a estos a su vez les cuesta trabajo entenderse con los técnicos o los contadores sufren tratando de entender lo que quieren decir las personas de sistemas. Y estamos hablando de personas de un nivel cultural similar: imagínese usted cuando un especialista en sistemas, por poner un ejemplo, trata de entender a un obrero especializado que se hace cargo de las operaciones de un turno de producción en una fábrica.
Desgraciadamente, esto nos está costando en términos de confusión, errores, retrasos de nuestros planes. Y no hablemos de los políticos: las ideas políticas son difíciles de entender por el ciudadano común y muchas veces por los mismos periodistas que, supuestamente, nos comunican las acciones y los logros de estos políticos.
Hemos caído en el vicio del culteranismo; el gusto por el lenguaje culto, propio de una minoría, y que no es entendible para el grueso de la gente. Como ocurrió en el siglo XVI y XVII en los países de habla hispana. Y eso tiene sus consecuencias. Se dice, y posiblemente tengan razón, que en México se lee poco. Y las estadísticas lo avalan. Pero no existe estadística que nos diga si aquello que se publica se hace con un lenguaje tan complejo, que la mayoría de la gente, desesperada por no estar entendiendo lo que se les transmite, renuncia al esfuerzo de entender lo que están tratando de leer.
Se dice, y probablemente es cierto, que muchos de los políticos más exitosos deben parte de su éxito al hecho de que pueden hablar en el lenguaje de la mayor parte de los votantes. Tal vez uno de los mejores ejemplos es el caso de Andrés Manuel: ha encontrado el modo de transmitir sus ideas de manera que una parte importante de la población le entiende. Cosa que no se da generalmente en la oposición: muchas veces son tan técnicos o afectos al lenguaje político, que el votante normal no tiene clara idea de qué es lo que están proponiendo. Frecuentemente se dice de ellos que “hablan bonito”, pero no se entiende qué es lo que tratan de decir
No estamos hablando necesariamente de la capacidad de convencer. Un buen traductor no está interesado en convencer de sus ideas; sólo le interesa transmitir con total fidelidad el sentido de lo que está traduciendo. Porque no se trata de ganarse el aprecio de aquellos para los que trabaja. No se trata de convencer de que piensan igual que quien traduce. Necesitamos poder traducir nuestras ideas de manera que la sociedad pueda entender con precisión lo que proponemos y puedan debatirlo, ver los aspectos positivos y negativos, y llegar finalmente a una conclusión, asegurándonos de que estamos hablando de lo mismo. Que no se trata de manipular ni de poner a los demás de nuestro lado.
Nos hace falta poder discutir y debatir los temas nacionales con precisión, sin confusión de términos. Y para ello necesitamos desarrollar el servicio de traducir, en términos que la mayoría de la ciudadanía pueda entender, las necesidades, los proyectos y las propuestas de distintos sectores de la sociedad y sobre todo de la clase política. Y en particular esta es una necesidad que tiene la oposición en nuestro país. Precisamente se han alejado de la ciudadanía porque el electorado no entiende con claridad qué es lo que propone. Como buenos opositores, lo único que estamos entendiéndoles es que están en contra de la actual administración. Lo que no nos está quedando tan claro es qué es lo que proponen, en qué son diferente sus propuestas de las que está ofreciendo el Gobierno actual, cuáles serían las consecuencias y por qué creen que sus ofertas son mejores.
Si no logramos tener una buena traducción entre los sectores de nuestra sociedad, nuestro futuro probablemente será triste. Seremos fáciles de manipular. Sí, nos hacen falta traductores de buena fe, fieles al significado de lo que traducen, sin agendas ocultas, aceptados por distintos sectores de la sociedad. ¿Se anima a dar ese servicio?
Te puede interesar: Dependencia, independencia, codependencia, interdependencia…
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com