Con gran alegría, el Instituto Nacional Electoral (INE) anunció que el financiamiento a los partidos políticos en 2018 será de 6,700 millones de pesos. El más alto de la historia, al decir de sus dirigentes. ¿Puede decirse que es ético? Es de dudarse.
La cantidad es tan enorme que cuesta trabajo imaginarla. Equivale a más de 229,000 salarios mínimos anuales. El equivalente del ingreso de ese número de familias pobres. Si consideramos el tamaño promedio de la familia, que es aproximadamente de 4 miembros, hablamos del ingreso de 917,000 personas. El tamaño de una ciudad como Chihuahua o Naucalpan, las que ocupan los lugares 11 y 12, respectivamente, entre las ciudades más grandes del país.
El primer argumento del INE es que este financiamiento es legal. Está contemplado en la Constitución. Cierto, pero la misma no dice qué cantidad. Es el Congreso quién aprueba el presupuesto de egresos. O sea que han sido los propios partidos los que se han aprobado y asignado a sí mismos esa monstruosa cantidad. ¿Es legal? Sí, lo han hecho legal. Pero no es ético que, en un país con tantas carencias, la clase política se “sirva con la cuchara grande”. Como si los partidos y sus representantes no ganaran suficiente. Y como si no ocurriera, elección tras elección, que los partidos excedan por mucho el monto que se les da para sus campañas electorales.
Otro argumento es que este monto hace que los “poderes fácticos” (eufemismo para no mencionar al crimen organizado o al gran capital nacional o extranjero) no puedan influir en las elecciones. Un argumento totalmente carente de sentido común. Ya me imagino al dirigente de una gran transnacional reportando a su casa matriz: “Ya no podemos dar dinero a los partidos políticos para que nos ayuden. Les han dado tanto dinero que ya no quieren ni escucharnos”. ¿Se puede imaginar usted algo así? Yo no. O al jefe de un cartel diciendo: “Ahora ya no vamos a poder apoyar a nuestros candidatos. Con ese presupuesto, ya no les vamos a poder llegar al precio.” Ridículo, ¿no? Pero a nuestros tecnócratas, sus múltiples títulos y publicaciones académicas no les alcanzan para ver lo endeble de sus argumentos. No, la clase política no tiene llenadera. Y ese no debería ser el tema. Aún si tuvieran llenadera, no hay porque darles esa cantidad obscena de dinero, habiendo tantas necesidades en el país.
Tras de esto está la idea de que, a más dinero más votos. El dinero que se les da a los partidos enriquece a la clase política, a los medios tradicionales, a encuestadores, diseñadores de imagen pública, a las artes gráficas, consultores, mercadólogos de la política y a un sinnúmero de ayudantes. Y, por supuesto, sirve para comprar votos, directa o indirectamente. Esa relación: más dinero igual a más votos, no siempre se da. A veces hay candidatos que ganan elecciones, aunque tengan recursos menores que los de los partidos grandes. Pero el hecho de que a los partidos grandes se les dé más dinero que a los pequeños, es una de las razones por las cuales los partidos pequeños no pueden desarrollarse como opciones viables.
Se nos olvida, una y otra vez, que ese dinero que el Gobierno les da viene de nuestros impuestos. Nuestro dinero. Contra la voluntad de la mayoría de la sociedad se están dando cantidades absurdas de dinero a las instituciones más desprestigiadas del país para que lo usen como quieran. Con el solo requisito de que entreguen recibos. Todos los partidos deberían recibir una cantidad pequeña e igual para todos. Auditarlos estrictamente para que no se vuelvan negocios familiares o unipersonales. Con auditoría de la sociedad, para que la clase política no nombre a sus propios auditores. Auditar muy de cerca a medios y cuando se rebasen topes de difusión, multar a los medios, no solo a los partidos. Hacer personales las multas: multar al candidato transgresor, no al partido, y asegurarse de que las multas salgan de su patrimonio personal, no del dinero que la sociedad le da a los partidos. Porque con esas cantidades de dinero espectaculares que se les dan a los partidos, alcanza para pagar las multas y quedarse igual.
¿Qué es un sueño? Seguro. Yo sueño en un México mejor. Y quiero creer que eso es lo que quiere la mayoría de los mexicanos. Algún día será. Nosotros venceremos.
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