La indiferencia, dicen algunos, es el verdadero enemigo de la amistad social. Evitar el odio y la indiferencia requiere una fuerte dosis de autocrítica.
Una frase que hizo época en la administración pasada. Ocurrente, oportuna, era un intento de explicación para la reacción de la ciudadanía ante regímenes corruptos e ineficientes en todos los órdenes del gobierno: federal, estatal y municipal.
Lo malo de esta frase es que intentaba disculpar la molestia de los ciudadanos, comparando la actitud de la sociedad con el mal humor al que en ocasiones aludimos cuándo decimos: “Amaneció de malas”. Lo decimos y con ello implicamos que no hay razones lógicas para ese malestar. Visto a nivel personal, es una situación a la que se le pone remedio dándole a la pareja un bello ramo de flores o consintiéndola con su platillo favorito. Y, es cierto, a veces estamos “de malas” y, efectivamente, una muestra de afecto remedia ese mal humor y nos regresa al buen camino.
Pero, pensando en la sociedad es muy riesgoso suponer que el ambiente de hartazgo de la población es algo pasajero y que se va a resolver con un mimo. No es así. Hoy en México y, me temo, en muchos otros países, hay una situación de crispación, de hartazgo en la sociedad. Además, no hay unanimidad en ese tema: hay quien está molesto por la corrupción, los que no soportan las mentiras con que nos quieren manipular, los que aborrecen la información de los que nos gobiernan, los que no pueden ver a los que han tenido éxito económico. Y más.
Un factor común: la situación ha escalado del mal humor al hartazgo y de este, tristemente, al odio. Un odio que nos quita la capacidad de razonar y de encontrar soluciones, de construir acuerdos. Un odio que no es de ahora: que se ha venido cultivando por décadas, y de un modo sistemático, casi científico.
Construido con mentiras, con un criterio de “post verdad”. Donde se usa la mentira como arma política, embustes que nos esclavizan, como dice Francisco Quijano. Odio que nos envilece y que nos quita la libertad. Porque nos hace fácilmente manipulables y nos quita la capacidad de ver otros puntos de vista. Y, muchas veces, ni siquiera defendemos un punto de vista propio, sino el de nuestro manipulador, que nos mueve a su antojo.
Todas las formaciones políticas han pecado de lo mismo. Nadie puede decir que es ajeno a la manipulación, a la siembra de odios. Quién trata de poner las cosas en perspectiva, de ver los aspectos positivos y explicables de cada postura, es acusado de tibio, de relativista. Claramente los manipuladores odian a los que tratan de encontrar razones en ambos contendientes. De hecho, los odian más que a sus propios contrincantes porque, finalmente, como dijo Jesús Reyes Heroles: “Los que se oponen, apoyan”.
¿Podremos vencer la cultura del odio? No se ve fácil. Tal vez porque ha dado resultados. No se ve sencillo. La indiferencia, dicen algunos, es el verdadero enemigo de la amistad social. Evitar el odio y la indiferencia requiere una fuerte dosis de autocrítica.
Necesitamos aceptar que pudiéramos equivocarnos. Y eso es muy difícil: desde la escuela nos enseñaron a sentirnos mal cuando estamos equivocados y en la vida diaria nos resistimos a reconocer nuestros errores. No, el camino para mejorar nuestra situación no es el odio. Es la amistad con todos, incluso los que opinan diferente de nosotros. Y sólo así podremos salir de la situación en la que nos encontramos. Y si usted piensa que soy un iluso, le pido que me muestre un camino mejor.
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