Maduro situación podrida

Maduro, una situación podrida

Puedo aceptar la posibilidad de que haya algunos socialismos democráticos. Pero, visto desde el ángulo de un ciudadano apolítico, me cuesta mucho trabajo aceptarlo. El apoyo que han dado a Maduro algunos gobiernos que se dicen democráticos, algunos partidos políticos que se dicen de izquierda democrática, tanto en nuestra patria como fuera de ella, me hace dudar mucho de su convicción democrática.



En México, no ha habido un pronunciamiento claro de las izquierdas condenando la situación dictatorial de Maduro. La internacional socialista ha permanecido callada. Sí, en Chile (país gobernado por socialistas) han alzado su voz contra las medidas dictatoriales que hemos presenciado y que probablemente se recrudecerán en las próximas semanas. Pero es el único.

El pasado domingo se llevó a cabo, según todos los indicios, un fraude electoral colosal. Elecciones amañadas, sin posibilidad de elección de opositores, prohibiendo a los medios nacionales e internacionales estar presentes en la votación, sin aceptar observadores internacionales, en fin … todos los indicios de que el proceso está profundamente viciado. Los datos que da la oposición, respaldados por fotografías y videos de la escasa asistencia a las casillas electorales, les hace suponer una votación en el orden de los dos a tres millones de votantes, menos de la mitad de los que tuvo la consulta electoral de la oposición en las semanas pasadas, con más de siete millones de votantes. Desoyendo los consejos de la iglesia venezolana, las observaciones de gobiernos de la Región y al propio sentido común, se creará un congreso constituyente con participación exclusiva de los auto llamados “bolivarianos”, con el claro propósito de destituir a la asamblea nacional dominada por la oposición que asumió el poder hace algunos meses. Un claro golpe de estado. Pobre de Bolívar, tan admirado en América. ¡Cómo están enlodando su nombre!

¿Qué seguirá? No es fácil decirlo. Para los países de Europa oriental, a los que se les impuso el socialismo de una manera antidemocrática, el proceso de volver a la democracia tomó bastantes décadas. Y no en todos lados se logró de una manera completa. Algo parecido ocurre con Cuba: más de cinco décadas sin una democracia y sin que se vea un fin próximo a esta situación.

Ya hay varios países que se niegan a reconocer a esta elección amañada. No así los organismos internacionales que, cobardemente, han guardado silencio. Las soluciones que se proponen, como la de incautar los bienes que los dirigentes venezolanos tienen en el extranjero, podrían tener algún efecto. Pero no lo suficiente como para hacerlos desistir y permitir democracia plena en este querido país.

Hay otro ángulo que vale la pena comentar. Si bien es cierto que hay una mayoría que se opone a la dictadura de Maduro, es un hecho que también hay una cantidad importante de ciudadanos que lo aceptan y comparten sus criterios. La situación actual ha provocado odios y enconos que habrá que resolver y que habrá que sanar. Algo nada fácil. No faltarán quienes estén temerosos de que se les pidan cuentas de su proceder. El ejército, que hasta ahora ha sido un dócil instrumento del gobierno de Maduro, opondrá resistencia, aunque no será nada menos que porque, en el curso los enfrentamientos, ha habido una cantidad importante de muertos, heridos y detenidos sin orden judicial.

Venezuela, estoy seguro, resolverá esta situación. Y una vez que la democracia vuelva al país que fue ejemplo por muchas décadas para América Latina de una arraigada convicción democrática, se necesitará una auténtica cruzada pacificadora. Habrá que entender a fondo porqué el llamado antidemocrático fue aceptado por una parte importante de la población. Claramente, como en todos los países de nuestras Américas, hay injusticias inaceptables en muchos campos. Ese es el campo fértil para las demagogias y no se resuelve solamente señalando el populismo o la incongruencia de las posiciones. La democracia no se construye sobre la injusticia. Una democracia que funcione requiere una convicción profunda de que se tienen que reducir lo más posible las injusticias y ofrecer igualdad de oportunidades para todos. De no ser así, vendrán los nuevos Maduros, o peor aún: los nuevos Hitlers o Stalins y encontrarán quienes le den acogida.

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